C
omenté ya en El Correo Ilustrado la observación de la directora de la Fundación Mucho AC respecto a la existencia del museo que dirige en la colonia Roma; ahora cito aquí la propuesta de Alicia Bello de hacer museos de otros productos alimenticios originarios de México. Respecto al chocolate insisto en que los esfuerzos particulares, sean mexicanos o extranjeros, no bastan para crear consciencia de la importancia de este producto en la cultura y economía nacionales: sólo el Museo Nacional del Xocolátl o Munaxotl, que debería contar con dos o tres hectáreas, 20 o más salas de exhibiciones botánica, prehispánicas maya, olmeca y mexica, de usos y tradiciones indígenas y mestizos en toda la República, aculturación en Europa siglos XVI al XXI, invernaderos con plantas asociadas al cultivo del cacao, tales como la vainilla, el achiote y la miel de avispa o de hormiga, o para su elaboración posterior a la Conquista, la caña de azúcar, los cítricos, algunos frutos rojos, semillas y lácteos; salones de exposiciones temporales, locales para talleres de niños, estudiantes y adultos que traten no sólo de la chocolatería
, sino aborden el tema desde la botánica hasta los procesos de producción agrícola, destacando lo ecológico y orgánico; con salones de exhibición y degustación de la industria y pequeña industria del chocolate nacional y extranjero, cuya presencia ayudaría a financiar los costos de la institución…en fin.
Sin olvidar un requisito indispensable: el Munaxotl debe ubicarse en un lugar accesible, con estacionamientos para autobuses de turismo, áreas de juegos, de picnic y baños exteriores, cerca de carreteras nacionales y de un aeropuerto internacional, pues debe ser un destino cultural de todo un día. ¿O es que este producto, que no cae en crisis cuando la economía mundial se derrumba, no merece que los mexicanos lo pongamos en el centro de un programa productivo que no pretenda competir sembrando cacao de mala calidad importado, sino apostarle al que es originario de nuestras tierras, empleando métodos de cultivo orgánico, y trato justo con los trabajadores, lo que por cierto le daría un valor agregado en el comercio internacional? Un lugar donde niños y adultos aprendan a comer su cacao de manera saludable, en atoles y memelas, en vez de los multiadicionados con químicos de la comida chatarra, cuyos productores también aprenderían a mejo- rarlos para ser competitivos. Un museo para todos, no para las elites.
Pues exactamente lo mismo se requiere para los productos de nuestra dieta tradicional: el Museo de la milpa. ¿Cuántos de los lectores, si se les preguntara antes de seguir leyendo: qué es una milpa, contestarían: un sembradío de maíz
? Hagan la prueba con otras personas de su entorno y comprobarán a qué grado la mayoría ignora lo relativo a la historia del campo mexicano, en gran medida por la discriminación ancestral hacia los campesinos y, en consecuencia, por el prestigio que los expertos agrícolas dan a universidades extranjeras, o nacionales adeptas a los lineamientos de la FAO.
Nada más urgente que hacer este museo próximo al DF, donde se concentra la mayor inconsciencia compartida por las autoridades federales acerca del ciclo de la alimentación: tierra-siembra-cuidados-cosecha-conservación-preparación y cocina para consumo inmediato o condicionamiento para transportar-comerciar-cocinar y consumo diferido-reciclaje de desechos orgánicos… y recomienzo del ciclo.
Inconsciencia incluso de académicos, si tomamos como ejemplo algún especialista del tema que rechazó la colaboración en su revista de esta antropóloga de la alimentación, pues a su parecer el ciclo no acaba y recomienza en la cocina y la ingestión.
Porque el Museo de la milpa justamente trataría de interesar a todo habitante de nuestro país en este ciclo productivo, para que se involucre en la defensa de lo que come cotidianamente, en su proceso ecológico y que culmina no sólo en la aburrida nutrición, sino en su cara más amable de la cocina tradicional. Un museo de muchas hectáreas, con espacios abiertos e invernaderos entre múltiples salas de exposición, donde se expliquen y vean los elementos naturales de la pentalogía de la milpa: 1) el maíz que produce una mazorca por planta, 2) el frijol que se enreda por el tallo del maíz y penden sus vainas, 3)una cucurbitácea (calabacitas, calabazas, chayotes) que cubre el suelo impidiendo que la humedad se evapore y crezcan las malas yerbas, 4) el chile que es un insecticida natural y 5) quelites y otras plantas según sea el ecosistema. Todos cuyos desechos, en raíces, hojas y tallos no utilizables, retroalimentan el suelo sin necesidad de fertilizantes químicos.
Sí, la milpa es un pluricultivo que permitió la creación de las civilizaciones mesoamericanas, equiparables a las orientales, la egipcia y las de Mesopotamia. Pero nos han querido hacer creer, a través de comparaciones de mala fe, que la milpa es poco productiva
respecto de los monocultivos de semillas mejoradas
por el volumen de granos de maíz, sin tomar en cuenta la biomasa que alimentó una población creciente durante milenios y sin deteriorar el ambiente… hasta que la abatieron con la revolución verde y el TLCAN.
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