B
ienvenido el desafío de presentar Endimión, de Manuel Marín. He visto su trabajo como artista plástico y me ha impresionado en un sinnúmero de sentidos. Pero nunca he pretendido escribir sobre arte. Apenas si me animo a sostener que ante el arte soy la más humilde de sus contempladores, que no va al teatro con tal de no toser a media función.
En cambio, la palabra toser es algo que sí puedo comentar. Me recordó a la rosa del Principito, que sólo tosía para que él no la desatendiera ni un instante. Por cierto, camino a la FIL de Guadalajara, en Morelia encontré este cuento de Saint-Exupéry que me encantó releer, después de muchísimos años, cuando me avergonzaba admitir, no que leía El Principito, sino que me gustaba leerlo. Lo entendía, incluso me hacía llorar cada vez que lo volvía a leer. Siempre me emocionaba. Pero cuando entré a la prepa y empecé a tener amigos escritores, empezó a darme vergüenza admitir que, no por haber dejado de ser niña había abandonado mis lecturas infantiles. Ahora ya no me avergonzó admitir que me emocionaba. Siempre me ha acompañado la tos de la rosa, tanto como el secreto que el zorro regala al Principito: Lo esencial es invisible para los ojos
, o que, más que ver, hay que sentir lo que te es vital para no olvidarlo, o para hacerlo eterno. Y después de esa relectura de El Principito fue casi natural que ya en la FIL me topara con una novela que aludía a él.
No la compré ni la leí porque hubiera advertido la coincidencia. Es más, me avergonzó comprarla, y tampoco porque se tratara de un libro supuestamente juvenil, sino porque no sabía quién era el autor y la información de la solapa, la portada o el sello editorial, no me decían nada. Lo leí porque me atrapó la ambigüedad de su título, Mi hermano y su hermano, y por el párrafo con el que arranca, que para mí es la prueba de fuego de un texto. O eso suelo creer, aunque no puedo negar que dude de mi criterio, tan mal acostumbrado a confiar en el de lectores más autorizados que yo, hasta que en la lectura me topé con una alusión al Principito. Uno de los jóvenes personajes, Peter, se refiere a otro, Paul, que es su amante, como Princi, porque le recuerda a El Principito. Me enchinó la piel, leer esta alusión en una novela de un autor sueco, Hakan Lindquist (1958) que apuntara a un cuento que yo acababa de releer después de medio siglo. Entendí que mi relectura de El Principito había anunciado mi encuentro con Mi hermano y su hermano, lo explicaba y justificaba. La coincidencia era la autoridad que necesitaba para avalar mi lectura de la novela sueca.
Pero esta no fue la única conexión. Otra fue el verso de Blake, La eternidad está enamorada de las obras del tiempo
, que Peter cita a Princi. Otra, más escalofriante, la última conversación que sostienen, en Oskarshamn, la víspera de La llegada del hombre a la Luna, cuando Princi afirma que a él sí le gustaría ir a la Luna, mientras que Peter asevera que a él no, pues le causa aprensión la posibilidad de no poder regresar a la Tierra. Y es doblemente curioso, pues insólitamente Princi muere al día siguiente de este diálogo, bajo la errónea suposición de que su enamorado acababa de morir. Así que Princi, como el Principito, alcanza la eternidad a través de la muerte y hace suyo el verso de Blake.
No logro profundizar más allá de registrar la conexión que salta a la vista entre el secreto que el zorro regala al Principito en el Desierto de Sahara, Lo esencial es invisible para los ojos
, y el verso de Blake que Peter regala a Paul, La eternidad está enamorada de las obras del tiempo
. Y soy todavía más incapaz de profundizar en el significado del mito de Endimión, pero alcanzo a ver cómo esta leyenda anticipa y justifica tanto el secreto del zorro de Saint-Exupéry, como el verso de Blake. Endimión permaneció bello y joven para la eternidad con la condición de existir dormido (¿o en la oscuridad?) y el pacto con Zeus lo hizo la enamorada de Endimión, que era la Luna.
La insistencia de Marín en las calaveras o en la serie de dibujos que llamó Endimión en Latmos, es un medio para no olvidar, una técnica a la que recurre la memoria para recordar algo eternamente. La repetición, en tonos cambiantes, desde ángulos variables, pero del mismo tema, el amor eterno, la juventud eterna. La muerte, la muerte: sí; pero como único vehículo seguro para la vida eterna.
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Bárbara Jacobs: Latmos, Sahara, Oskarshamn
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