E
n la infancia se cuajan todas las vocaciones y la extraordinaria actriz Hanna Shygulla descubrió la suya a los 19 años, aunque dice: "Yo no sabía qué hacer de mi vida, ni a mí misma me confesaba que soñaba con ser alguien o hacer algo, porque no era tan fácil para mis padres ofrecerme la posibilidad de estudiar y no quise ponerlos fuera de balance con mis ideas. Tampoco las tenía muy claras, era una cosa que más bien me escondía a mí misma. Cuando decidía trabajar para ganar un poco de dinero, había una chica en la misma situación que yo que me contó que ella iba a un curso de arte dramático en la noche y me fui el día después con ella, y encontré lo que sería mi vocación de por vida.
–¿Y el novio en París?
–Creo que ya tenía yo otro en Alemania. Pero me quedé muy poco en esa escuela, porque pensé que entre más me quedaba allí menos lograría hacer las cosas, y así, salí después de unas semanas y no volví a pensar en ella, aunque encontré a Fassbinder en esa escuela alemana que se llamaba Munich Action Theatre, que después se dedicó al cine. Todo se hubiera quedado así, si Fassbinder no hubiera sentido como él escribió más tarde, como un flash inmediato al decir: Aquí está la protagonista de mi filme
. Esa era yo. Él siempre supo que iba a hacer cine. En el Munich Action Theatre nunca nos acercamos mucho, él estaba muy, muy tímido.
–¿Más que tú?
–Más que yo. Yo no era tan tímida, era más introvertida; no tenía ese problema de decirle a alguien lo que quería decirle, pero él sí. Una vez, cada uno tenía que desarrollar una pequeña escena ante él, y a mí me pidieron representar una de Goethe que me pareció muy antigua, pero la hice. Pensé que todos los alumnos eran mejores que yo, pero después Fassbinder me mandó a su amigo para decirme que a él le había conmovido mucho. No logró decírmelo él mismo; yo estaba de lo más asombrada, porque pensé: pero, ¿cómo eso de Goethe puede gustarle a ese espíritu tan rebelde?
Porque era tímido, pero muy rebelde. Muchas veces los tímidos son muy atrevidos para la vida pública y no tienen idea de cómo manejar sus cosas íntimas. Fassbinder no sabía cómo decirme que yo lo conmovía. Después comprendí por qué mi modo de interpretar a Goethe le impresionó tanto: porque en esa escena había una relación de amor imposible entre hermano y hermana. Era casi una metáfora de lo que sería nuestra relación, porque había algo de hermanos entre él y yo. Con Fassbinder hice 23 películas; él convirtió al nuevo cine alemán de los 70 y los 80 en el mejor del mundo. El matrimonio de María Braun, Lili Marleen y Berlin Alexander Platz son extraordinarias.
–¿Tú y Fassbinder hablaban el mismo lenguaje?
–Teníamos una fibra en común, buscábamos lo mismo, yo era parte del tejido de su creatividad, yo lo hacía vibrar mucho y él a mí, pero también había grandes contradicciones. Es difícil definirlo, pero teníamos en común la búsqueda de lo que solamente te satisface cuando puedes expresarlo y tu actuación sale de una fibra que es la del otro, la conciencia del otro. Al actuar expresaba yo a Fassbinder, su yo más profundo. También sentí con gran fuerza la necesidad de expresarlo a él, de ser parte de su espíritu, de que al verme dijeran: Aquí está Fassbinder
, aunque él era un hombre difícil, a veces mezquino; tuvimos que hacer huelga para que nos pagara. Podía ser grosero, arbitrario; era muy directo en su rechazo o en su amor. Nunca fue un hombre fácil. Creo que yo tenía la misma necesidad de comunicación que él y así nos entretejimos, cuidamos nuestro talento, que tenía la misma esencia. Nos comunicamos casi siempre sin muchas palabras.
–Incluso cuando te dirigía era con pocas palabras. ¿Podías hacer lo que tú querías?
–Él tenía una manera de dirigir que era magnetismo, como alguien que mueve un juguete con una batería. Yo hacía lo que él quería, pero lo que más le gustaba es que yo fuera imprevisible. Nunca daba muchas indicaciones, hacía pequeños dibujos de cómo tenías que moverte y hasta dónde llegar, te los daba, pero luego tú hacías lo que querías.
–¿Actuabas con el dibujito en la mano?
–No, por el camarógrafo. Fassbinder marcaba lo que tenías que hacer; yo ironizaba el tono, pero yo tenía mucha gracia en mis movimientos. Nunca imité a nadie y eso dio fuerza a mi actuación. Los actores suelen copiarse los unos a los otros, yo no. Fassbinder hacía un esbozo muy ligero de lo que quería y tú ponías lo tuyo. Cuando a él no le gustaba te decía: Eso me parece demasiado normal
o demasiado artificial, cosas así. Hazlo otra vez.
Él no era de grandes explicaciones ni de querer hablar de sicología, nada de eso. Sentí que él quería darme todo y así fue. Me dio todo lo mejor, los mejores papeles, los trajes más, los parlamentos más emocionantes, nos peleamos; era difícil, pero lo mejor de su teatro, lo mejor de su cine me lo dio a mí.
–¿Fue lo mejor que te ha tocado en la vida?
–¡Claro que no! Almodóvar me dijo: Yo soy el Fassbinder español
. Actué con Wajda en A love in Germany. Actué con Scola, con Godard. Con Wajda fue una experiencia fuerte y distinta, porque él quería mucho dramatismo, me exigía mucho, distinto de Fassbinder, y yo no estaba tan segura de mí misma, porque me forzaba. Quizá si ahora viera el resultado al ver el filme de nuevo, me gustaría más que antes; no sé, todo cambia con la distancia. La personalidad de Wajda me gustó y los personajes que me dio también, aunque al principio me desconcertaron. Hice películas con Marco Ferreri, que estaba más cerca del genio salvaje de Fassbinder. Me entendí bien con él.
–¿Y con Godard?
–Godard fue interesante, pero es un hombre tan complicado. Con él no había rutina. Godard a veces llegaba al set con textos que acababa de escribir, y nos hizo escribir a nosotros los actores; nos hizo participar en la película como si fuéramos directores y escritores, más que actores; nos trató de una manera muy extraña. A una actriz la mandó a trabajar a una fábrica de botones durante unos días, para que entendiera que significa la vida obrera.
–Así lo hizo Simone Weil, la filósofa.
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