L
o bueno con la poesía, además de lo barata que sale (salvo ediciones de lujo o lujuria) es que en el fondo no cambia, aunque se desquite en la mutabilidad de la forma, donde el poeta juega a ser creador, ingenioso, original; los más sobrios aspiran a la fidelidad con la forma clásica y se empeñan, por ejemplo, en el soneto. Fuera de eso, la poesía siempre es igual, sólo recomienza, como el mar que dijera Valéry. Aún así acaba por parecernos nueva cada vez. En este espejismo consciente reside el misterio de la adicción a ella, sabemos que es la misma y no pedimos más, pero una cosa sí le demandamos: que siga siendo, y que nos guste, pues en materia de gusto es donde la magia comienza; también ahí, claro, operan el poder cultural, las modas, el espíritu de época, las debilidades de toda modernidad.
Ocurre en las vidas, que inexorablemente comienzan por algo tan antiguo como es la juventud. Cada joven parece ser el primero, o la primera, a quien le pasa esto o se le revela aquello: La juventud parecía un lugar/ donde los choques eran/ huéspedes del sueño/ donde las cafeterías minúsculas/ encerraban al diminuto cielo/ el universo/ el odio intacto/ donde nadie se comía las uñas/ debajo de las lámparas/ La juventud parecía un lugar/ sin regateos ni gordos/ un lugar donde la sabiduría/ estaba en los libros
, descubre Ileana Garma en Abrí los ojos (No diré mucho: sólo esto: ven conmigo, 2011).
Un rasgo de la poesía, que no comparten generalmente las demás artes, es la voluntad de volver al principio; allí busca su fin, el grillo extendido que es la noche/ la noche extendida que es el grillo
. De ombligo en ombligo, los poetas se la toman personal, aun en lo colectivo, místico, histórico o cósmico, poblados de su pequeño yo rumbo al origen.
En la enumeración cifra Garma su autorretrato, porque después de todo/ esa que huye de lapiceros/ y cartas bienaventuradas/ esa que cae de la sábana/ como de un columpio roto/ que sabe estar triste/ por las hormigas que buscan/ esa que sabe/ subirse a los elevadores/sin dejar de respirar/ que sabe decir por favor/ antes de dar el golpe/ esa que sabe cruzar todo/ el mar de ropa desteñida/ de las plazas/ que sabe lamerse los labios hasta/ perder el sueño/ esa que ha llegado hasta aquí/ sin acordarse de sus pestañas/ de su peinado favorito/ de su corazón/ Esa que veo sin creer/ Esa/ soy yo
(Mujer frente al almanaque).
Como los pintores prueban con frecuencia, quien bien se autorretrata capta bien la fisionomía ajena, así sea para deformarla, reventarla a lo Bacon. No sorprende entonces que además de hacerle al verso libre, Garma le haga al cuento. En el despiadado relato Los hombres, la primera persona de una mujer deshabitada nos introduce en su mínimo mundo de criadora de pájaros, frustrada esposa y madre, condenada a ser responsable de sus patéticos padres y hermanas, pero huye del accidental marido, esa pequeña fatalidad. Existen mujeres calladas, mujeres que entran al día como a una condena impuesta por el sol, y para ellas, las horas no son esas que los demás aceptan en el reloj de mano, porque el tiempo interno es mucho más lento, más agotador, y hablar cansa, mirar cansa, perseguir cansa
(Estudios 96, 2011, ITAM).
Un rasgo recurrente en la poesía mexicana escrita por mujeres, desde Sor Juana si se quiere, es la oscilación del hombre a la mujer en la pasión y los encuentros con la belleza del otro. Era el arrebato que animaba Poemas al desconocido. Poemas a la desconocida (1984) de Silvia Tomasa Rivera. En Garma lo encontramos, como de rapto, en lo que va de Una noche a Una joven (textos incluidos en No diré mucho…). Dice en el primero: No esperaba nada/ cuando encontré diminutos patios/ en tu cuerpo/ bancas en la noche para dormir/ columpios sujetados/ por el sudor de tus manos tibias/ tus pies/ tu delgada cabeza/ de Aquiles vencido
.
Páginas adelante quiere detenerse sobre los cartílagos de una joven, arrancárselos con un dulce dolor: ¿No sabes que tu vientre/ es la única noche de mi tacto?
Y se sumerge en la tormenta donde mira avanzar a su preciosa
: sin perder la manía de sonreír/ cuando caen truenos
. Hay en esta urgencia vital una fortuna expresiva que hace relevante la escritura de Ileana Garma: Debo prenderme/ de tu innavegable cuello/ de esos pezones/ que tanto te entristecen/ porque han palidecido/ y no tienen dueña/ y quisiera ser tu abismal poseedora/ conocer qué te hace llorar/ No tiemble amor mío porque ayer/ reía malignamente/ ante un charco de sangre
.
Quien va a la deriva cuenta con el rapto del río: Quisiera que te abandones/ a los puentes/ que no volvieras a tomarte fotos/ mostrando dientes y manos/ quisiera que fueras conmigo/ a una pista de baile/ para que todos vieran cómo/ aborreces a los hombres
.
Total, que los buenos poemas/ son sólo palabras/ que serpentean hasta las puertas/ hasta la negras habitaciones/ selladas con dulces fracasos/ palabras que arrullan/ una llave antigua/ palabras que nos abren/ truenos como espejos/ que nos desatan
.
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Hermann Bellinghausen: TeorÃa del rapto
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