Vilma Fuentes: Mi ciudad o mi ciudad

E

l retorno al país de origen es una aventura tan temible y asombrosa como la del viaje cuando, al prolongarse incesante de sorpresa en sorpresa, deviene una segunda vida. Regresar es volver al punto de partida, un lugar que ya no tiene lugar, vuelto imaginario, donde el viajero, ausente tantos años, transformado en fantasma, desembarca como un aparecido entre los vivos y los muertos más irreales que él.

Si el viaje de regreso no dura sino unas cuantas horas de vuelo, su inminencia abre honduras abismales al desplegarse en sucesivas inminencias que se eternizan en la acuciante espera. Sin embargo, preferible a la amenaza que representa el rencuentro con un pasado que ya no existe y que, en una última aparición, el viajero verá morir a cada encuentro. Fantasmal, las miradas de los otros le devuelven su cuerpo, ahora con las huellas de los años que no vio pasar, rencarnado en una vida, la misma y otra, la anterior al viaje y la del retorno. Lo vivido durante el viaje se esfuma como un sueño.

Juan Soriano decía con razón que nunca se deja el país natal. Se lo lleva consigo. En mi caso, a pesar de los 37 años vividos en Francia, sigo pensando y soñando en español. Podría afirmar, sin pretensión, que mi territorio es la lengua de México. Mi protagonista, la ciudad de México. Así, después de las aprehensiones que me asaltan antes del rencuentro con mi ciudad, me dejo sumergir y extraviar con júbilo en su laberinto. De asombro en asombro, busco calles y edificios que conocí: encontrarlos o no me causa el mismo placer. Trato de retener los últimos instantes del recuerdo que borran los cambios, reveladores como una epifanía. En las arrugas de amigos, en los cambios físicos, o en eso que llaman envejecimiento, descubro a la vez la posesión y el abandono que ejerce el tiempo sobre el ser. Sobre seres cuyo destino es desaparecer. Enigma tan misterioso como el de la aparición.

Sin siquiera dar una vuelta por la avenida Insurgentes, laberinto donde perderse es gozo, salgo a Guadalajara. En la espléndida construcción que acoge a la Feria del Libro, veo deambular decenas de escritores y centenas de aspirantes a este oficio, entre miles de visitantes y un puñado de lectores. Me cruza por la mente la expresión médica de raquitismo florido ante la profusión de hacedores de libros en esta sede provisoria de una industria donde el libro es mercancía y pretexto para vender otros servicios y otros mercancías.

Joaquín Diez-Canedo me entrega Amor de ciudad grande, de Vicente Quirarte, con quien participaré, al día siguiente, en la doble presentación de su libro y de mi novela Calzada de los misterios, dos volúmenes cuyo protagonista es la ciudad de México.

Mi sorpresa, al abrir este libro es la que causa un regalo a la vez esperado e inesperado. Había creído poder leerlo de un tirón, como se leen las novelas de suspenso, o ésas donde el interés no decae pero no invitan a la reflexión.

Verdaderos escritores han hecho su tema de ciudades, ficticias o reales. En México, la Comala de Juan Rulfo, que goza de la inmortalidad de los seres y lugares imaginarios contra los cuales la muerte no puede atentar. La inolvidable ciudad de Guanajuato de María Luisa Mendoza. La metrópolis mexicana en su entrada a la modernidad de Carlos Fuentes.

Desde las primeras páginas de Amor de ciudad grande, mi atención se detiene, hipnotizada, tanto por lo que me descubre como por lo sugestivo de su escritura. El paseo no es sólo por las calles de la capital, es también por épocas que nos resucita y por los corredores de su sueño. Con una erudición que conoce el espíritu de ligereza, de la Nueva España imaginada por Cervantes a la ciudad moderna y real, describe la ciudad con sus tiempos a través del tiempo. Ciudad irreal y real.

Mi buena estrella brilla en Guadalajara: mis sobrinos Luis Gómez Aguado y Laura Navarro asisten a la presentación y me pasean por las calles de otra misteriosa ciudad.

vilmafuentes22@gmail.com

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