No sólo de pan...
E
l transporte de genes de un organismo a otro es tan antiguo como la vida misma y, en lo que se refiere a las plantas comestibles que hicieron viable al género humano, éste mismo actuó sobre ellas en procesos de selección e injertos –para decirlo de manera que yo me entienda– desde hace mucho más que 20 mil años.
Soy convencida y leal firmante de manifiestos antitransgénicos, pero últimamente me detuve a pensar que tal vez estaba generalizando del mismo modo que lo hacen quienes ponen cara horrorizada al evocar la política
, y que esta actitud siempre llevaba a polarizar opiniones, sin que en una discusión se aportara suficiente y transparente información para poder hacerse una idea totalmente justa.
Quiero decir que no pongo en duda, muy al contrario, los sabios artículos de Silvia Ribeiro, por ejemplo, entre muchos otros que he leído con avidez y sin cuestionarlos, pero… Sí, lo confieso: me hace falta saber mucho más sobre la ingeniería genética aplicada a las plantas comestibles y acepto que la aparición de esta inquietud se debe a haber escuchado cómo la introducción de genes resistentes a la sequía en plantas alimenticias, cuyas cosechas se pierden irremediablemente durante la escasez de lluvias, podrían ayudar contra las hambrunas.
Al asociar esta información con el calentamiento global y probables periodos de secas más largos que en siglos anteriores y, sobre todo, imaginar las hambrunas cuya sólo evocación rebela el alma, me pregunté: ¿y si no todo lo que hace la biogenética es maligno?
El asunto, como todo lo que envuelve actualmente nuestras vidas, se presenta tramposamente como lucha entre el desarrollo de la ciencia
y un sano conservadurismo verde
, pero no hay tal si ponemos los términos de otro modo: el desarrollismo a ultranza, basado en la acumulación del capital, que elimina trabajo humano en favor de todo lo que pueda sustituirlo intentando convertir a la gente en improbables compradores de bienes y servicios cuando no tienen empleo ni salarios, de un lado, contra, del otro: el interés científico –que ha permitido a la humanidad desde domesticar los cereales básicos hasta llegar a la Luna– para conocer de qué manera pueden mejorarse, mediante adaptaciones a climas diversos y cambiantes, semillas indispensables para nuestra supervivencia en la Tierra.
O, dicho en otras palabras: ¿Qué tiene que ver la ciencia ejercida por personal a sueldo de Montsanto y otras varias como ésta, para crear productos cuyo único fin es generar mayores ganancias para las trasnacionales que no vacilan en fabricar y patentar semillas estériles, para esclavizar al productor con la compra y pago de derechos cuando los pólenes contaminen otras siembras, al tiempo que muy probablemente envenenen al consumidor? ¿Qué tiene qué ver este trabajo con el de científicos deseosos de comprender el misterio de los genes y de poder llegar a contribuir con el mejoramiento de algunas plantas para alimentar a una mayor población?
La diferencia es paralela al antagonismo radical que existe entre quienes piensan que el hombre apareció en la Tierra para luchar contra la naturaleza y creen que el objeto de la ciencia es vencerla y que el desarrollo es la prueba de haber ganado la partida. Y entre quienes pensamos que la historia milenaria del hombre fue y es la del conocimiento progresivo de nuestro entorno y, con base en éste, el aprovechamiento de sus recursos de tal manera de no contrariar el sentido de la naturaleza, (pues, como ya sabemos con la energía nuclear, el castigo puede llegar a ser fatal) concibiendo nuestro devenir como especie el de un progreso sin fin en el conocimiento. Y no el del capital sin límite de unos y la miseria sin medida de la mayoría.
Pidamos a los científicos mexicanos que no comulgan con las trasnacionales y no creen que es una victoria sobre una naturaleza mal hecha lo que les dará el Nobel, que sigan trabajando y vayan haciendo del conocimiento público sus propios saberes, para poder discutir el asunto de los transgénicos con pleno conocimiento de causa. Porque la alimentación de los mexicanos es asunto de todos los mexicanos.
Dicho lo cual, reitero: no a los transgénicos de Monsanto y de todas las trasnacionales cuya finalidad es la ganancia por encima de la protección de las especies endémicas de nuestras milpas que, no lo olvidemos nunca, no son sembradíos de maíz, sino pentalogías de maíz, frijol, cucurbitáceas, chiles y quelites, todas ellas especies en infinidad de variedades que a lo largo y ancho de México debemos preservar, proteger y promover su perpetuación.
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