L
a Casa del Lago Juan José Arreola, de brillante historial en el teatro universitario, vuelve a ser sede de un montaje –respaldado por el Departamento de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México y el Departamento de Cultura de la Universidad de Guadalajara– en el que intervienen algunas y algunos creadores escénicos importantes, lo que seguramente inclinó a la actual directora, la eficaz Julieta Giménez Cacho, a ofrecer funciones en dicho espacio a pesar de las graves carencias artísticas que a mi ver tiene Tennesse en cuerpo y alma tanto en el texto de Ximena Escalante como del director Francisco Franco, sobre todo en la dirección de actores. El planteamiento de una Blanche DuBois, uno de los personajes más conocidos del dramaturgo estadunidense, enfrentada al autor de Un tranvía llamado Deseo para exigirle un final que no sea el de estar recluida en un hospital siquiátrico, es muy sugerente y altractivo, pero la talentosa autora esta vez no logra un texto tan acertado como otros suyos.
La crisis de creatividad que está sufriendo Tennessee Willliams tras el éxito de Un tranvía…, (que no duró mucho, incluso le proporcionó otro premio Pulitzer en 1955 por La gata sobre el tejado caliente y un Tomy en 1961 por La rosa tatuada) se va esfumando cuando lo busca una médium, recurso no demasiado afortunado pero pasable, que le trae la presencia de Blanche DuBois cuando el autor se sumerge en el sueño hipnótico que la médium le provoca, ya que el personaje tiene una petición que hacerle. Esa petición, la de que escriba una obra llamada Un tranvía llamado Felicidad en que el personaje tenga otro tipo de vida y otro final, es el primer tropezón que veo en el texto, por lacrimógeno. La inclusión del fantasma, para subrayar la tendencia homosexual del escritor, totalmente innecesaria, sería el segundo tropezón y el tercero consistiría en la aparición de Blanche como hombre que baila con el fantasma. Posiblemente esto último se deba a la interpretación de que los personajes de Tennessee Williams son una proyección de su persona, pero no queda claro. Las múltiples entradas de la médium resultan fatigosas por reiterativas.
Ésta es la segunda vez que Franco se enfrenta al personaje, ya que antes dirigió la obra de Williams con Diana Bracho en el papel principal, y pienso que no logra profundizar en los matices de Blanche. En efecto, la desdichada mujer no es solamente una alcohólica fantasiosa, sino que es también un amanerado producto del sur, con sus fingidos tonos aniñados, dados en el subtexto de la obra y que se observan en Vivien Leigh en la película de Elia Kazan y que algunos recordamos de María Douglas en la ya mítica puesta de Seki Sano. Dada su trayectoria y su formación, no se podría pedir a Itati Cantoral que se igualara con esas grandes actrices, pero no estaría de más que hiciera un intento por captar al personaje.
El escenario tiene al público –no caben más de 60 espectadores– a los lados, sentado en sillas de diferente diseño cada una, prestados a la autora, que es también productora junto con Itati Cantoral, por un fabricante, y la acción escénica transcurre en el centro. Un escritorio con aditamentos art deco y frente a él un sillón, con lámpara art deco de un lado de una puerta del recinto y un perchero del otro, constituyen la escenografía diseñada por Xóchitl González, amén de las puertas ventanas de Casa del Lago que se utilizan como salidas de los personajes no reales al exterior. El vestuario de María y Tolita Figueroa es más que desconcertante, con ese traje desgarrado, que no se explica, de Blanche en su primera aparición y la absurda apariencia de la médium, que se supone es una persona real y que choca desde un principio.
Francisco Franco ya ha demostrado que su trazo escénico es fluido, aunque aquí no requiere de mucho, pero abusa de la música de fondo elegida por Alejandro Giacoman y falla como director de actores, con la excepción de Hernán Mendoza que muestra como siempre su gran capacidad, sobre todo en sus reacciones al escuchar a los otros personajes, semi sobrio, semi briago. Ya me referí a la poca capacidad de Itati Cantoral. Dora Cordero como Mildred en nada recuerda sus buenos tiempos antes de que la televisión la anulara y el joven Eduardo Tanús muy bien como el fantasma del Hombre.
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