Tomar partido, reflexión sobre los sistemas totalitarios y la necesidad de abolirlos
El elenco, encabezado por Humberto Zurita y Rafael Sánchez NavarroFoto Cortesía de la producción
Ángel Vargas
Periódico La Jornada
Jueves 17 de enero de 2013, p. 4
¿Héroe o cobarde? Ese es el dilema que el escritor sudafricano Ronald Harwood plantea en la obra de teatro Tomar partido, al abordar en ella el juicio que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, le fue seguido al legendario director de orquesta alemán Wilheim Furtwängler por sus presuntos vínculos con el nazismo.
El también guionista cinematográfico –ganador de un Óscar en ese rubro en 2002, por la película El pianista– no hace concesión al exponer en dicha pieza –en un desaforado vaivén emocional que transita entre el humor, la ira y la indignación– los argumentos a favor y en contra sobre tan delicada situación, para que al final cada espectador sea quien elabore su juicio.
El montaje de dicha obra, llevada al cine en 2001 por el realizador húngaro István Szabó con el título Taking sides, reinició temporada el pasado viernes (11 de enero) en el Foro Cultural Chapultepec, donde, en principio, se mantendrá hasta el 24 de febrero, ya que existen amplias posibilidades de que extienda su permanencia gracias a la excelente acogida del público.
El elenco es encabezado por los primeros actores Rafael Sánchez Navarro y Humberto Zurita, quienes el día del restreno recibieron al final de la función el premio Arlequín, en reconocimiento a su exitosa trayectoria.
Martín Altomaro, Marina de Tavira, Sergio Bonilla y Stefanie Weiss completan el reparto, mientras la dirección escénica está a cargo de Antonio Crestani, cuya propuesta se sustenta en la experiencia y el aplomo del trabajo actoral de Sánchez Navarro y Humberto Zurita.
El primero personifica a Wilheim Fürtwängler, y el segundo encarna a un oficial del ejército estadunidense de origen judío, el mayor Steve Arnold, quien es el responsable de las investigaciones en contra del músico alemán, a quien detesta de forma abierta por su falta de valor
e hipocresía
. Por ello hace lo posible por encontrar elementos que lo inculpen, más allá de su conocido antisemitismo.
Divididas en dos actos, las acciones se desarrollan en una oficina que el ejército estadunidense estableció en la Berlín ocupada, en 1946. En términos escenográficos, no hay más elementos que un par de viejos escritorios, cuatro sillas, un perchero, una antigua máquina de escribir y unos igual de viejos tocadiscos y proyector de películas.
Tanto en la parte frontal como en la posterior del escenario se encuentran emplazadas una serie de estructuras de madera que dan la apariencia de una antigua construcción. En la pared posterior hay tres grandes pantallas que lo mismo sirven de ventanas que para proyectar escalofriantes y crudas imágenes reales de los campos de concentración nazis.
El empleo de ese recurso es fundamental en la conmovedora escena con la que cierra la puesta, cuya duración total es de alrededor de dos horas y en cuyo transcurso pueden escucharse fragmentos de la Novena y la Séptima sinfonías de Beethoven, así como la Séptima sinfonía de Anton Bruckner.
Más que eficiente y veraz es el desempeño de cada uno de los actores sobre el escenario: Marina de Tavira, como la secretaria del mayor Arnold, siempre un tanto inconforme del proceder de éste, y Martín Altomaro, como un segundo violinista de la Filarmónica de Berlín, quien hacía las veces de infiltrado del régimen nazi en esa agrupación.
A ellos se suman Sergio Bonilla, como un teniente que ayuda en los interrogatorios al director alemán e incluso, por momentos, hace las veces de defensor; y Tamara Sachs, en el papel de la viuda de un músico que trata a toda costa de demostrar la silente ayuda que Furtwängler prestó a decenas de judíos para abandonar Alemania.
La presencia del director alemán ante el tribunal de Desnazificación en Berlín parece, en principio, desmedida e injustificada, pero conforme avanza la historia es una certeza que comienza a flaquear poco a poco.
Es una obra de magnífica factura en la que se tocan varios aspectos del alma humana, desde el humor hasta la rabia y la indignación, coincidieron Sánchez Navarro y Humberto Zurita en breve entrevista.
El primero destacó la inteligencia de Ronald Harwood para dejar abierto el desenlace sobre la inocencia o culpabilidad de Furtwängler, mientras el segundo subrayó que ésta es una puesta que invita a la reflexión sobre los sistemas y regímenes totalitarios, el racismo y la necesidad de abolirlos; que el ser humano luche por su libertad.
Tomar partido se presenta en el Foro Cultural Chapultepec (Mariano Escobedo 665), viernes a las 20:45, sábados a las 18 y 20:45, y los domingos a las 17:30 y 20 horas.
El humano no es apolítico, viene a tomar decisiones: Zurita; una vulgaridad, no externar nuestra convicción política: Sánchez Navarro
Arturo Jiménez
No tener una postura en la vida, una convicción política y el valor de externarla es una vulgaridad
, sostiene Rafael Sánchez Navarro, mientras el también actor Humberto Zurita asegura que los seres humanos no somos apolíticos y venimos a la Tierra a tomar decisiones
.
Ambos hablan en entrevista, junto con el director escénico Antonio Crestani, de la obra de teatro Tomar partido, escrita por el dramaturgo sudafricano Ronald Harwood (1934) y que se presenta los fines de semana en el Foro Cultural Chapultepec (Mariano Escobedo 665, Anzures).
Cartel promocional de la puesta en escena Tomar partidoFoto Cortesía de la producción
En el contexto del Berlín del final de la Segunda Guerra Mundial, Sánchez Navarro encarna al director de orquesta Wilhelm Furtwängler, personaje real considerado en su momento el mejor del mundo, acusado y juzgado por apoyar al régimen nazi. Y Zurita al mayor Steve Arnold, fiscal militar estadunidense que encabeza la acusación. También actúan Martín Altomaro, Marina de Tavira, Sergio Bonilla y Stefanie Weiss, además del diseño escenográfico de Gloria Carrasco.
–En la obra se tiene que tomar partido y el acento se pone en la actuación, en los antagonistas, en permanente confrontación.
–Es una obra –responde Zurita– que está diseñada para que sea el espectador el que tenga que ponerle final a la historia. Nosotros tomamos partido, yo lo tomé desde que la leí. En una parte de la obra surge la pregunta: ¿quién tiene la verdad, los vencedores, los vencidos, los muertos, los vivos, las víctimas? Ahí está puesta toda la tesis de la obra.
–¿Y Furtwängler cómo se defiende?, pues se trata de un artista, un hombre de música –se le pregunta a Sánchez Navarro.
–Ambos antagonistas parecen tener los mejores argumentos de su lado. Harwood, uno de los grandes dramaturgos de nuestra era, encuentra un equilibrio casi perfecto de ambas partes para que el público decida sobre su inocencia o culpabilidad, aunque tal vez no y quizá se quedé con la duda. ¿Furtwängler es inocente o culpable? Terminará la temporada y me lo seguiré preguntando.
–¿Cómo montar un texto en donde la inocencia está al punto de la culpabilidad, y la culpabilidad al punto de la inocencia? –se le pregunta a Crestani.
–El proceso ha sido muy libre y gozoso para poder ir descubriendo todos los detalles que tienen los personajes en estas situaciones. Es una obra muy equilibrada, hay muy buenos argumentos de ambos lados. No se cargan los dados y el espectador tendrá la posibilidad de gozar una experiencia teatral como muy pocas veces se llega a ver. Es un texto espléndido con unas actuaciones fantásticas. Además, soy un privilegiado al ser el testigo principal del primer encuentro actoral que tienen Humberto y Rafael, en el que se va construyendo una amistad y hermandad en el escenario.
Zurita interviene y agrega: "La obra podría quedarse simplemente en un juicio y ser un espectáculo relativamente interesante para el público, con una verdad jurídica y ya. Pero Antonio logró algo casi operístico, y mira que yo soy el mayor Arnold y no creo en la historia ni en ese poder divino de la música, pero la escenografía es muy acertada, conceptual y da la idea de una catedral gótica.
"Hay para hacer de ésto algo que juegue con los dos planos: el material y el espiritual.
Furtwängler es la parte espiritual y Arnold la parte humana, este último un tipo que simplemente recibe el impacto de la guerra y cuando llega a liberar campos de concentración se da cuenta de la atrocidad que cometieron los nazis. Y aunque Furtwängler no se siente político, pertenece a la política. Los seres humanos no somos apolíticos y venimos a la tierra a tomar decisiones. El se quedó porque quiso defender las raíces históricas de su pueblo.
–Tu personaje decidió quedarse en Alemania cuando Hitler tomó el poder. ¿De eso se podría hacer una reflexión sobre la diferencia entre el cortesanismo y la trascendencia del arte? –se le pregunta a Sánchez Navarro.
–Cada quien lucha a su manera, con las armas que tiene a la mano, con el destino que le toca jugar y el entorno en el que se encuentra. La Segunda Guerra Mundial es todo armas y muertes. Furtwängler lucha con el poder del arte y desde dentro, en lugar de irse al extranjero y denunciar al nazismo. Y los argumentos de Arnold también son muy válidos, de mucho peso; le dice: Te trataron de maravilla aquí, eras el número uno
. Me encanta que, dentro de este contexto, Furtwängler es una metáfora hermosísima sobre la lucha del espíritu por encima de lo cotidiano, material o mundano.
En la obra se plantea que los humanos son transportados a otros lugares cuando oyen a Wagner, Beethoven o Bach. La música los lleva a lugares donde los asesinos y torturadores no pueden hacerles daño. Tal vez sea un argumento ingenuo para mucha gente. Pero para los que vivimos de las artes y para las artes, en eso creemos, a eso nos dedicamos.
Concluye Crestani: El teatro está hecho, más que para dar respuestas, para hacer preguntas. Y aquí se plantean los cuestionamientos con unos personajes que son indisolubles, como el yin y el yang, que se necesitan porque son los dos polos de un mismo cuerpo, que están en una lucha cotidiana, como angelitos y diablillos que le hablarán al oído al espectador. Sería un error perderse el encuentro de Humberto Zurita y Rafael Sánchez Navarro por primera vez en el teatro, aunque se conozcan de toda la vida
.
Y Sánchez Navarro agrega: El deber del ciudadano como artista es expresar sus convicciones. Tenemos que tener convicciones, una postura en la vida y el valor de externarla. Esa es la referencia que veo de 1940 al presente mexicano, un entorno también extremo. No tener una convicción política y el valor de externarla es una vulgaridad
.
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