S
oñé que al tomar la palabra en el Congreso Mundial de Mujeres declaraba ¡Soy feminista!
y el auditorio en pleno se venía abajo en rechiflas y abucheos. Sin inmutarme, ante el cuantioso e indignado público acto seguido enumeraba algunas de las instancias más sobresalientes de mi vida que daban la razón a la rechifla y el abucheo.
Nunca acabé de soltarme de los tirantes del delantal de mamá; antes de los dieciséis años ni a escondidas salí sola de mi casa de familia; a mi primer día de trabajo (en una universidad) me tuvo que acompañar uno de mis hermanos, cuando los tres son menores que yo. Antes de enviudar, antes y durante los treintaitantos años de mi matrimonio, en ninguna oportunidad me subí sino acompañada a un avión, a lo largo de todo ese tiempo fui una mujer prácticamente muda y fui feliz, feliz al lado de mi esposo, feliz también, conmigo a su lado, a la sombra, si insisten. En la vida social, más de una esposa de gran hombre en una u otra área del saber o del quehacer, me pedía cautela al verme servir dos platos de cena a la vez, temerosas todas de que sus respectivos cónyuges, que se servían solos, me pusieran a mí de ejemplo ante ellas de lo que es y debe ser el desempeño de una esposa. Hay una manera de ser libre sin que se note, les decía yo a estas señoras-en-vías-de-liberación; decidir que sea él quien decida; así, le permites creer que él es quien, de forma autónoma, ha decidido, y eso lo hace sentir bien a él y a ti libre y muy contenta
. ¿Decidir qué, por cierto? Pues todo, desde que tú le sirvas la cena, hasta a qué hora retirarse los dos, juntos, del lugar determinado y la ocasión en que se encuentren.
En ninguna etapa de mi desarrollo y maduración he leído un solo libro sobre feminismo, y salvo por una excepción ni siquiera un folleto. Decía, alguna vez me llegó por correo un panfleto que resumía el tema, concentrado alrededor de los diferentes tipos de literatura escrita tanto por mujeres como por hombres, y de a cuál le iba cómo en el mercado y en cada caso por qué. Se trataba de un ensayo, no muy largo, cuya autoría era múltiple y enteramente femenina. En aquel momento me quedaron muy claros los argumentos, me explicaban asuntos que entonces me inquietaban y al explicármelos me fortalecían y, en consecuencia, me llenaban de tranquilidad. Tanta, de hecho, que no sentí la menor inclinación a leer más acerca del feminismo, sus avances y sus topes contra la pared.
No cuento, y perdonen, Una habitación propia entre la literatura feminista, porque, aunque texto destellante y siempre iluminador, para mí ha sido un ensayo ligero y deliciosamente literario más que uno pesado por la carga teórica que otras lecturas le dan: o que le saben y le pueden dar. Que yo lo lea con frecuencia puede atribuirse tanto al gozo que me produce leerlo como a que se me olvida qué es lo que sostiene por lo que hace a principios feministas, y creo que mi deber es repasar estas cuestiones de tanto en tanto con el fin y la esperanza de recordarlo, quizá citarlo y, orillada, incluso seguirlo al pie de la letra si me llegara a animar.
Y confieso que, aunque por equivocación, con un clic compré una vez un libro titulado Feminismo: Una brevísima introducción, firmado por Magaret Walters, apenas me di cuenta de que lo había adquirido sin querer, y si bien por respeto lo coloqué en mi biblioteca, lo he dejado sin abrir, quizás hasta que le llegue una mejor ocasión.
Quiero decir, no obstante mi desconocimiento del tema, tan del siglo XX y del XXI en adelante, y a pesar de la enumeración descarada de mis fallas como feminista, si vuelvo a soñar que tomo la palabra en el Congreso Mundial de Mujeres, de nuevo sin inmutarme declararé ¡Soy feminista!
y sonreiré al declararlo, sin que me tiemble la voz ni las piernas ni los dedos de las manos.
Y mi declaración se sostendrá basada en un único argumento. Desde mis veintes no he dejado de publicar. Atada a los tirantes de un delantal, una mano, o mil compromisos; aterrada y escamada como he vivido, he estado escribiendo y he estado publicando. No he parado de seguir. Y cada mañana, cuando amanecemos y mi compañero se va a su estudio y yo al mío, y cada tanto, cuando me anima a asistir a Congresos Mundiales de Mujeres o de Escritoras y Escritores, me espera de regreso, me da la bienvenida, yo lo abrazo y me digo, soy feminista, amo a mi amado, y lo celebro.
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