E
n cortísima temporada de tres días en el teatro El Milagro, el creador escénico argentino Rubén Szchumacher inicia una breve temporada en México con el unipersonal Escandinavia escrita por el también argentino Lautaro Vilo que lo codirige junto a Rubén, quien muestra algunas de las razones por las que es tenido como uno de los teatristas más sólidos de su país y de muchos otros, aunque entre nosotros no sea muy conocido. Con un amplísimo currículum que incluye la dirección y adaptación de muchos montajes teatrales, estudios, entre otros, de música y de psicología social, además de los premios el Ace y el Ace de oro de la Asociación de Críticos del Espectáculo, el Florencio Sánchez y el María Guerrero, además de ser cooperativista del espacio teatral Elkafka en donde suele estrenar sus escenificaciones. Como director pudimos conocer en visita previa su trabajo en un texto brechtiano con un excelente grupo que así egresó del Centro Universitario de Teatro (CUT), y ahora el público en general podrá apreciar su dirección escénica con el estreno de Viejos tiempos de Harold Pinter (y por cierto, es una excelente idea de Juan Meliá enviar un sobre con las invitaciones para los estrenos de todo marzo en los teatros del Centro Cultural del Bosque).
Hermano de Perla, la connotada autora y directora de teatro para niños nacionalizada mexicana y ya desaparecida, Rubén Szchumacher ha sufrido otras pérdidas, de manera muy singular la de su pareja de muchos años a cuya memoria están dedicados texto y escenificación, Daniel Brarda, quien además de contratista, fue traductor y cooperativista de ElKafka, ya que fue impulsor de la compra del edificio en que la cooperativa está instalada. Escandinavia, obra con la que volvió a actuar tras 10 años de dedicarse a la dirección y la docencia, ha sido un modo de sobrellevar el duelo, aunque no es copia de los sucesos reales, porque como teatristas tanto él como Lautaro Vilo no harían algo tan vulgar y como personas tienen un pudor que los aleja de los reality shows. Pero actuando se libra un poco del dolor que comparte con su personaje.
La trama, sencilla en apariencia, ofrece varias dificultades al pasar de lo doloroso a lo cómico, que Szchumacher vence sin problemas por su entrenamiento y sus capacidades: hay que fijarse en el movimiento de sus manos y de todo su cuerpo, pero sobre todo de sus manos. Un hombre ha perdido a su compañero de toda la vida, que le pidió que lo enterrara en la quinta que pertenece a ambos. Lo vemos en el primer acto en la funeraria saludando y agradeciendo a quienes acuden al velorio. El actor no necesita fingir otras maneras y modular su voz para incorporar a otros personajes, como ocurre a menudo en los unipersonales, sino que siempre es él mismo y con su actitud puebla el escenario de amigos y familiares que de pronto se hacen casi visibles y el espectador se entera, sin que haya un narrador, a través de las palabras que el hombre dirige al cadáver, una vez quedan solos, del deseo póstumo del fallecido y que el sobreviviente llevará a cabo.
En el segundo acto, el hombre ha sacado al cadáver de la funeraria y lo lleva en su coche, pero es detenido por un policía y su coche llevado por la grúa. Discute con éste tratando de apaciguar su enojo y disculpándose si hay un maltrato, pero va a dar a la cárcel y aguarda en su celda hasta que se le entiende, para finalmente encontrarse en su departamento vacío, añorando la presencia del amante muerto. Escandinavia, que titula la obra, es el nombre del libro bestseller que estuvo leyéndole al agonizante en el hospital, nombre quizás escogido por los creadores porque la frialdad de las instalaciones y probablemente del trato hospitalario recuerda el frío de esa península. Aunque hay créditos para otros posibles técnicos y diseñadores, el unipersonal se presenta sin escenografía sólo con cámara negra, la iluminación de Gonzalo Córdova y el vestuario de Jorge Ferrari, además de la interpretación del movimiento de Graciela Schuster, el diseño sonoro de Togander y la colaboración de otros participantes, probablemente de ElKafka.
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