L
a Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) flaquea al compás de su mismo crecimiento y en la actualidad muestra fisuras ¿irreparables? Lo que acontece no surgió de una toma de posesión de la rectoría, se fue gestando lentamente. Las cosas bruscamente cambiaron, el mundo cambió y recibió la universidad como un zarpazo de muerte. Se tambaleó sobre sus propios fundamentos a pesar de declaraciones de versatilidad, de continuidad pasible.
El rector José Narro ante el riesgo del uso de la fuerza contrapuso la inteligencia, la legalidad y la prudencia y consiguió una negociación que aparentemente resuelve el conflicto. La noticia que tiene visos aparentes de revelación, se estableció en los universitarios no como una partícula nueva, sino como una modificación extensiva e intensa de todo lo que estaba, de lo que éramos, de lo que, por lo demás teníamos por tan irrebatible e inmutable.
Es lo que nos pasa con la UNAM, ésta se nos cuartea, suena a violenta al mostrar su condición deleznable, no en cuanto a su contenido, sino a su consistencia. Sufre una merma, una mutación invisible, pierde su consistente poderío, al adquirir un indefinible sesgo equívoco que hace dudar sobre la firmeza de su espíritu.
La UNAM se transforma, se desvanece, se convierte en otra cosa, en otra universidad, que ya no es aquélla. Ese desajuste, este difuminado, esta disipación de la razón la hace dejar de ser. Perdimos la seguridad, no la registrábamos en toda su magnitud y trascendencia hasta que estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades con toda la pasión de su juventud (y apoyados por quién sabe quién) nos muestran de nuevo lo débil de lo que nos aseguraba.
Los años lentamente, con una labor finísima fueron desajustándolo todo, trastocándolo, removiéndolo en un incesante movimiento de deterioro y de transformación que engañaba tanto como hoy sorprende. El mundo cambió, el país, la ciudad y la UNAM se quedaron suspendidos. La colectividad misma, como un todo, se desintegra tan inevitable como irreparablemente. La violencia nos desborda.
La UNAM, a la que llegó lentamente la gente del campo que envió a sus hijos a nuestra casa de estudios e invadió la ciudad, desaloja a las clases medias de la misma y muestra su inmutabilidad y rompe lo que suponíamos era el ser de la institución: su imagen permanente, que se ve conformada por unos jóvenes a los que no entendemos, no conocemos, llenos de la violencia de la marginación a la que fueron sometidos, portadores de otro lenguaje y otra simbología.
Las reflexiones sobre la universidad de Medina Echavarría y José Gaos fechadas en 1955 y 1966, respectivamente, no han perdido vigencia, cobran aún más sentido ahora. Ya nos alertaban acerca de la crisis de la universidad. Crisis frente a la sociedad de masas, imprescindible en la conformación social, cuya significación había que dilucidar y asimilar. Advertían ya de la necesidad del entendimiento, de la capacidad que ésta debería tener para la identificación de los problemas y el discernimiento de las alternativas evitando sucumbir ante la violencia de la precipitación de los tiempos sociales y del uso desesperado de la fuerza. En el prólogo a sus trabajos, Andrés Lira nos dice: "Sube de tono la vigencia de esos dos trabajos ahora que nuestra Universidad sufre el amago de fuerzas externas y la incapacidad de cuantos –querámoslo o no, veámoslo o no– participamos en el gran conflicto que amenaza con destrucciones irreparables".
Advertían ya –creo que ese es el punto crucial–, que una de las más graves dificultades se encontraba originada en la estructura social, de la que, apunta Echavarría, se originan perplejidades de las que al parecer no hemos salido todavía
. Casi cuatro décadas han pasado desde estas reflexiones, donde se dibujaba ya la problemática que hoy nos desborda. En la actualidad estamos ante la presencia de una UNAM que se nos va, de un modo fulminante y en la que estamos embebidos hoy y no sabemos cómo integrar una nueva generación desbordada, multitudinaria y muy enojada.
La UNAM se nos transparenta como transgresión decepcionante y pavorosa, el espectro de lo vertiginoso, de lo que se escapa. Su verdadera faz: su inasibilidad.
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