E
n la tierra del dios pequeño es el título de un libro que alude a una de las dos interpretaciones de la palabra Teotongo, pueblo de Oaxaca de donde es originario el autor, Jaime Santiago Santiago, y donde el pasado viernes, en la biblioteca pública, tuvo lugar su presentación, a cargo del joven poeta Antonio Riestra. El breve volumen, de 80 páginas, cuenta con un prólogo, también breve, de Raúl Bañuelos; fue editado por la editorial tapatía La Zonámbula e incluye una ilustración (en la portada) de Francisco Toledo.
Bañuelos comenta de Santiago: En contacto cotidiano con la naturaleza, su poder metafórico y sabiduría levantada desde la raíz comunitaria hacen disfrutar al lector mucho las estampas e historias diversas y magníficas
. Y cita un ejemplo:
Cuando venía el abuelo Macario/ cargando su atado de carne en la espalda,/ un petate doblado en forma de mochila,/ atorado con pullas de maguey y una cuerda de ixtle,/ llegaba encumbrando por el camino de San Isidro./ Aparecía como nacido de la tierra./ Con su caminar de tejón viejo,/ así, iba llegando. Con él su quietud y su calma./ Se pasaba la mano despacio/ asustándose las moscas./ Al tiempo que preguntaba cómo la íbamos pasando,/ nos dejaba un poco de carne, hígados y vísceras./ Se marchaba hacia el puente de cal con rumbo incierto./ Mi hermana y yo lo mirábamos irse hasta desaparecer.
¿Poesía exteriorista? Puede ser, pero el sentimiento implícito, ínsito, en esa descripción, ese sentir callado, no dicho, como –nada más– temblando en la vibración de las palabras (las palabras se oyen, las imágenes se ven), ese que llamaremos tono de percepción parece que retira el adjetivo y deja lo sustantivo solamente. En éste y la mayoría de los textos.
Veamos otro, más bien lírico, Salmón: En el fluir del río/ una piedra obstruye la corriente./ Pretexto para/ que el pez/ dibuje un arcoiris en el aire.
Y este otro, ternuroso, juguetón: Jugar a las cebollitas/ con María y Rita a la hora del recreo,/ arrancarlas de los brazos de los compañeros para después/ corretearlas entre los pinos y las jacarandas,/ mirarle las piernas a la maestra cuando cursaba quinto,/ ya decía,/ no era sano./ Me enfermé de amor.
No hay espacio para más. Consignemos solamente que el autor es mecánico automotriz y, muy por otra parte, que el libro deja la impresión de que ciertos versículos quedaron (los duendes de la imprenta, ya se sabe) divididos en dos. Ah, y que sería bueno que el Glosario final creciera un poco.
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Ricardo Yáñez: IsocronÃas
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