No sólo de pan...
P
ara festejar el 36° aniversario de su creación, en el seno de la Organización de las Naciones Unidas, la FAO (Organización para la agricultura y la alimentación por sus siglas en inglés) instauró el día mundial de la alimentación el 16 de octubre de 1981.
Para esa fecha, los técnicos de la revolución verde
de la FAO, que proclamaban el fin del hambre en el mundo gracias a los monocultivos extensivos de semillas mejoradas, comprobaban que no sólo había más hambre en el Planeta, sino que la práctica de monocultivos había empobrecido los suelos y la consecuente necesidad de fertilizantes químicos envenenaban agua, animales y poblaciones en distintos grados. Entonces, para explicar el aumento del hambre (y utilizamos a propósito su término y no el correcto de carencias alimentarias), nos trataron de convencer de que la población mundial crecía más rápido que la disponibilidad de alimentos. Este argumento cundió entre las clases privilegiadas y medias de los países desarrollados y menos desarrollados, volviéndose voceras furiosas del control de la natalidad para las clases populares. Incluso el aborto encontró mucho más adeptos en el mundo, autojustificándose por cuanto se trataba de detener la catástrofe mundial de la inminente escasez de alimentos que sufriríamos todos si seguían reproduciéndose los pobres. Nada nos dijeron durante dos o tres décadas de la infertilidad que se extendía sobre todo tipo de tierras, ni de la desertificación en el África subsahariana donde habían ido a meter arroz, el cereal que más agua necesita. No se admitió que la contaminación industrial en los ríos, lagos y océanos acababan con especies acuáticas comestibles que antes alimentaban a pueblos enteros. Y todos parecieron asombrarse ante las fotografías de cadáveres aún vivientes con grandes ojos auténticamente asombrados.
Fue callada la práctica de destruir los excedentes agrícolas mundiales para no tener que abaratar los precios del mercado internacional. Y no informaron sobre la acumulación de alimentos desechados, antes o después de su adquisición por los consumidores, que llenaban los basureros en vez de paliar el hambre en extensos cinturones urbanos de miseria, so pretexto de una posible competencia desleal. En cambio se invirtieron millonarios capitales en investigación biogenética y, así como científicos responsables y éticos buscaron la forma de construir, por ejemplo, cereales más resistentes a la sequía, otros obedecieron a sus amos para encontrar la manera de fabricar transgénicos que pudieran poner la alimentación de la población mundial en manos de unas cuantas empresas transnacionales. También fue por entonces que cundió el hipócrita asistencialismo internacional: adopte a un niño hambriento en alguna parte del Planeta
.
Afortunadamente, en México, la Suprema Corte recién dictaminó la prohibición de la siembra de maíz transgénico en territorio mexicano, aunque falta legislar hasta el último detalle para que se cumpla en buena y debida forma esta decisión histórica en un momento en que los mexicanos no tenemos gran cosa que festejar, con 52 millones de personas con carencias alimentarias; aparte de algunas decisiones políticas inteligentes, como el proceso de redacción de una ley general reglamentaria del derecho constitucional a la alimentación –que esperamos llene las mejores expectativas– y, desde luego, como el anuncio que este 16 de octubre hizo el Jefe de Gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, sobre la combinación de tres instancias para conmemorar el 16 de octubre de 2013, a saber: el suministro de cerca de sesenta mil comidas diarias a personas en situación de calle o de bajos recursos, de tercera edad, discapacitados y niños, con la colaboración de la Central de Abasto del Distrito Federal y la Universidad Autónoma Metropolitana para el control de calidad de los alimentos.
A nuestro juicio, sólo falta unir en el DF, la producción agrícola tradicional en un extremo y, en el otro, el consumo de los productos de nuestra dieta tradicional. Pues nunca será demasiado insistir en que no es con leche mejorada
, ni con trigo y avena, y aunque se baje el consumo de bebidas edulcoradas, como los mexicanos recuperarán la salud y la alegría de vivir. Es con sus propios alimentos respaldados por una cultura ancestral como lo lograremos y esto depende de la producción antes que de la distribución. En este sentido, creemos que no es reduciendo la producción de los ingenios azucareros y arrojando al desempleo a miles de trabajadores de esta industria, como terminarán obesidad y diabetes. Pues los mexicanos éramos sanos cuando consumíamos piloncillo en charamuscas, calabaza en tacha, muéganos o a simples mordidas. ¿Por qué no darle nuevo impulso a la producción de piloncillo orgánico y volver este mercado hacia Europa, donde no hay producto que pueda igualarlo en perfume, sabor, regusto y consistencia culinaria?
yuriria.iturriaga@gmail.com
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