H
ace unos días, en Mérida, pude verla de nuevo. Allí me di cuenta de cuánto la extrañaba. Cuando la tuve frente a mí, la emoción tantas veces sentida invadió todo mi ser. Su belleza deslumbra en cuanto la miras. Se pierde el aliento. No puedes sino quedarte delante de ella. Irradia majestad. Expresa la vivencia de siglos. En relación a todo lo que mueve de mi esencia, la máscara de jade de la tumba 1 de la estructura VII de Calakmul es la más grande obra de arte del universo maya.
Formó parte del enterramiento que se le ofreció a un alto dignatario maya hace 14 o 15 siglos, en el inicio de los tiempos de mayor esplendor del llamado periodo clásico. Fue rescatada en 1984 y reconstituida con todos sus atributos hace apenas una década por las restauradoras manos del alma de Sofía Martínez del Campo Lanz. Creada por los mayas como un mosaico de jade, caracoles conocidos por los que saben como Spondylus princeps, Pinctada mazatlánica y obsidiana gris, esta máscara de Calakmul es la esencia de la cosmología del pensamiento maya y de su universo mítico. Es, según expresa su restauradora, la imagen de un arte que no forma parte de un texto, sino que es el texto mismo. Le da lectura en su conjunto para ampliar la comprensión de la ideología y las costumbres de esta civilización por medio de su entorno histórico y mitológico
. Nos trae así, hasta nosotros, la herencia que nos acerca a la precisión de la forma y los detalles, al conocimiento de los personajes y su imagen, a la concepción de la belleza perfecta durante el clásico mesoamericano, es decir, a la belleza divinizada
.
Después de que supe que esta máscara de Calakmul fue vista y admirada hace apenas unos meses por cientos de miles de personas en París, cuando formó parte de la exposición Rostros de la divinidad, me la encontré, les decía, como por sorpresa, en Mérida. Allí es una de las piezas excepcionales de la exposición Paisajes mayas, hilos de luz, que se presenta en el Palacio Cantón, Museo Regional de Yucatán, en el corazón del Paseo Montejo, y que reúne un conjunto de fotografías de Armando Salas Portugal, de textiles del acervo de etnografía del Museo Nacional de Antropología y de piezas mayores de los museos de la región maya de México.
Dividida en tres secciones, la muestra es una invitación para realizar un viaje por los paisajes mayas desde visiones y tiempos diferentes. Es una invitación a sumergirse en los sentidos que adquiere la naturaleza en el fino bordado de un huipil, que se entrelaza con las interpretaciones que genera la magia de la fotografía y con los significados impresos en la cerámica y la escultura de los mayas mesoamericanos.
El universo de Paisajes de hilo, sección integrada por 18 textiles del Museo Nacional de Antropología, está presente en los paisajes que ven, viven, imaginan e interpretan las mujeres mayas de hoy. Ahí están las cuevas, los cerros, los manantiales y las flores, también la ceiba, el maíz, los sapos, las serpientes y otros animales que animan el cosmos, expresados magistralmente en sus textiles tejidos en telar de cintura o bordados en punto de cruz, en la indumentaria cotidiana o en la ceremonial; ahí están de igual modo sus alegrías y tristezas y su gran capacidad de adaptación al mundo, cualquiera que sea su tiempo.
El universo de los Paisajes de luz nos lleva a mirar los paisajes mayas a través de la mirada que en 43 imágenes fueron producidas por Armando Salas Portugal quien, cautivado en la primera mitad del siglo XX por el esplendor de la cultura maya que encontró en las ciudades prehispánicas, se propuso recrear la vida de sitios como Chichen Itzá, Tulum o Palenque, usando luz infrarroja que, a un tiempo, impacta, afina los detalles y permite al espectador revivir los espacios sagrados.
Cuando estamos frente a los Paisajes de materia, se nos invita a transitar por el mundo maya mesoamericano a través de la visión de la naturaleza y del universo plasmada en 30 piezas de cerámica, concha, jade y esculturas, provenientes de los acervos de los museos que el Instituto Nacional de Antropología e Historia conserva en Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán, y que hoy son orgullo del arte mexicano y elementos singulares de las mil y un identidades que como nación hemos tejido.
Todas las piezas de Paisajes mayas, hilos de luz son palabras, son textos. La palabra aquí es el hombre mismo que nos hace saber que en México, desde tiempo inmemorial, estamos hechos de palabras. La capacidad de recrear el mundo a través de la belleza que encierra la máscara de jade del entierro 1 de la estructura VII de Calakmul me hizo recordar Los cantares de Dzitbalché, cuando nos dicen: El día se hace fiesta para los pobladores./ Va a surgir, la luz del sol, en el horizonte.
Los hilos de la belleza del arte maya quitan el aliento y, cuando ya estamos deslumbrados, nos hacen recordar aquel otro cantar de Dzitbalché que reza ¡Ha llegado el día de la alegría!
Los invito. En su belleza, el universo maya alumbra el futuro del tiempo.
Twitter: cesar_moheno
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