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ace dos días leí en un medio electrónico: "Se desperdician más de diez mil toneladas de alimentos cada año en México (…) cuyo costo es de más de 100 mil millones de pesos (…) Si se recuperara este 37% de la producción agropecuaria del país, podría alimentarse a los 7.4 millones de personas que padecen pobreza extrema y carencia alimentaria, población objetivo de la Cruzada contra el Hambre", en palabras más o menos del vocero del Grupo Técnico de Pérdidas y Merma de Alimentos. Un desglose del desperdicio asegura que podrían proporcionarse, a 1.5 millones de familias, cada semana durante un año: 16 litros de leche, 3.5 kilos de papa, 2.6 kilos de cebolla, 5 kilos de jitomate, 7 kilos de pollo, 3.6 kilos de cerdo y 4.2 kilos de res.
Esto, más la merma de la producción total, en 54% de pescados y mariscos, 33% de camarón, 24% de frijol, 46% de arroz, 54% de aguacate, 28.8% de jitomate y alrededor de la mitad de las de melón, guayaba, mango y manzana, pueden minimizarse durante su almacenamiento, transporte, distribución y comercialización
, añade la nota donde, por cierto, se considera curioso
que de la tortilla sólo se pierda el 9.4%.
Curioso es que no se haya reparado en que el alimento básico del pueblo mexicano son las tortillas, aunque estén frías y duras; pero más curioso que no se haya reconocido el alucinante monto del desperdicio alimentario sino hasta que las ya treinteañeras carencias alimentarias, que hoy alcanzan a más de la mitad de la población mexicana, representan un urgente problema político para las clases en el poder. A menos que este reconocimiento llegue acompañado de un análisis real de las causas y un compromiso valiente para resolverlas.
El problema no pasa tanto por el almacenamiento
de perecederos, dado que durante milenios se han utilizado métodos artesanales de conservación, como el secado y ahumado, la salmuera y el fermentado, las conservas de verduras y frutas en herméticos tarros de barro, etc. Mientras que el transporte actual sólo es responsable en mínima parte. ¿O acaso nuestros políticos contemporáneos ignoran cómo se difundieron dentro de nuestro territorio y, a partir del siglo XVI a través del Planeta, los alimentos mexicanos? ¿Y olvidaron el papel del ferrocarril en el mercado interno hasta que lo desmantelaron ex funcionarios que se apropiaron de sus despojos? O bien no conviene aceptar que la principal responsabilidad en el desperdicio alimentario recae en la distribución y la comercialización, porque no están dispuestos a actuar en consecuencia. Porque consecuente sería que el Estado volviera a garantizar los precios de la producción agropecuaria, su distribución a nivel nacional y su comercialización en tiendas ad-hoc, a fin de contrarrestar la compra de los alimentos a precios irrisorios que hacen los monopolios para especular, terminando por destruir todo producto que podría hacer bajar los precios al consumidor, en la lógica perversa de una economía que es la principal causa del desperdicio de los alimentos, en México y en el mundo.
Las carencias alimentarias (en plural, pues su grado es relativo a cada individuo en situación de pobreza, mientras que hambre
-no cesaremos de reiterarlo- es una sensación de vacío estomacal que puede saciarse en breve o llegar a ser crónica y, la diferencia más importante entre estos conceptos es que el hambre puede saciarse sin por ello resolver una carencia alimentaria) estas carencias –repetimos- son resultado de un sistema global, económico, de política nacional e internacional, y no un problema tangencial de desarrollo
social y salud. Pero mientras predomine la visión cuya prioridad es el crecimiento del PIB
y el compromiso que privilegia la producción no de alimentos sino de mercancías -comestibles o no- que generan la mayor renta al capital invertido en su producción, los funcionarios de los tres poderes serán incapaces de cuestionar la creación artificial de necesidades ajenas a las que son vitales para la población y seguirán protegiendo a las comercializadoras y sus aparatos publicitarios para inducir el gasto popular en artículos nocivos para la salud o inútiles o inmediatamente desechables.
Que no se quejen de los resultados mensurables en cifras del gasto público y no pretendan recuperar alimentos
sólo a través de donaciones de productos invendibles, que hacen algunas cadenas de distribución. Si no pueden replantear la fórmula íntegra de la cadena alimentaria, empezando por aportar insumos sanos y baratos para la producción familiar y comunitaria autosustentable y excedentaria y otorgar créditos para la transformación artesanal de productos, su distribución local y regional y para el transporte hacia el mercado interno, con la obligatoriedad, en todos los niveles de gobierno, de consumir exclusivamente este tipo de producción y promoviendo cooperativas de consumo de granos y perecederos entre la población urbana, que callen con pudor. Porque para que el estado de malestar social mejore, tendría que darse una revolución de Estado, que la mayoría de los mexicanos esperamos y por la que muchos luchamos de una u otra manera.
yuriria.iturriaga@gmail.com
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