Hermann Bellinghausen: La materia de los puentes

Written By Unknown on Selasa, 31 Desember 2013 | 15.16

E

n un mundo en el que, como nunca, se ha vuelto demasiado fácil olvidar, hay que hacer caso a la memoria y traerla al presente para entendernos con él y, si corremos con suerte, pensar futuros donde quepan, y sonriendo, nuestros descendientes. Así, algún día ellos podrán recordar a sus ancestros con gratitud y respeto. Puentes, es lo que uno tras otro vamos siendo. Pero hay quienes prefieren dinamitar los puentes, cortarlos de tajo o ponerles aduana, retén, caseta de cobro, hasta volverlos infranqueables. La labor de puente es directamente proporcional a la del río que le corre debajo. Y ese es el miedo de los que cortan los puentes. Que nos acordemos con las manos lo que nos cuentan los ríos, por ejemplo de la gente no se deja ni cae en el adormecimiento de la pantalla universal y su versión de los hechos envuelta en entretenimiento, esa comida basura del cerebro, tras la cual hay un proyecto siniestro, y su coartada es la innovación.

Los que no quieren que sigamos teniendo puentes han dejado claro que los hilos sostenidos de la memoria colectiva se aplacan a macanazos, dos de octubre no se olvida, te lo firmo y te lo decreto en la cara. Y peor aún en esta era donde se cumple aquello de Sting y La Policía: A cada respiro que des, te estaré observando. NSA es el juego que todos jugamos.

Recordar que se puede, saber que se puede es lo que cambia el curso de la historia, demuestra que hay modos de autogobernar nuestra existencia, aunque nos los quieran prohibir. Muchos lo han logrado repetidamente, a pesar de las desalentadoras versiones que imponen la historiografía del capitalismo y sus ganas suicidas por alcanzar el fin de la Historia; o de los servicios de inteligencia (sic) y propaganda en manos de los que nos quieren quitar los puentes y que dejemos atrás el río y lo que arrastra. El río y lo que canta. La otra orilla, y la otra, y la otra.

Es en las conjunciones donde se prende la historia. En la suma de las orillas. De ese modo, lo que pasó sigue ocurriendo, y si los campesinos morelenses pudieron y los cardenistas del 38 también, ¿por qué no nosotros y los de luego, y que no nos resignen a las derrotas, que las victorias nos acompañen? Es a lo que le tienen miedo los que quieren que olvidemos que se puede. Para eso usan el poder.

Mal que bien es México uno de esos lugares de la Tierra donde persiste una memoria profunda, colectiva, milenaria (dicho sea sin exagerar) en una continuidad –tan incomprendida– a través del maíz, la tierra caliente, los ríos, las maneras de cortesía social y dignidad humana propias de una verdadera civilización creadora, que en sus descendientes se manifiesta así mismo como formas excepcionales y efectivas de resistencia. Ellos lo demuestran desde el cambio de siglo, luego de cerrar el previo XX como un despertador para los pueblos originarios y para muchos más, en lugares que quedaban retirados unos de los otros, pero todos jugándose la vida en mantener los puentes y salvar a los ríos.

En la selva a los puentes les dicen hamacas, y vaya que se balancean. No siempre las tablas están completas, pero con los cables uno se las arregla. Los ríos braman a nuestros pies, como lo han hecho siempre, en su continuidad está nuestra memoria. Los pueblos, armados con su memoria, batallan par proyectarla al presente como certidumbre pues han triunfado, construyen el buen vivir y son libres.

A los que no les gustan los puentes no les gustan estas cosas. Con toda su mala conciencia encima, y sus malas intenciones, las temen. A marro o con mentiras bien pagadas insisten en tumbar la ruta de la memoria, embotellar o empuercar el agua, trastornar las fronteras racionales y hasta las nacionales. Quieren arrebatarnos los caminos de la historia (¿así o con mayúscula?), donde no todo ha sido dolor, ni derrota. Donde también se canta y baila, se llora la fugacidad de todo, ya lo hacía Nezahualcóyotl, y se arrojan flores al torrente. O como escribe Rafael Torres Sánchez en el poema La pregunta apacible: En lugar del minuto de silencio,/la madera que agrande al río/con el llanto de lo que no puede irse,/al río que suspira por quedarse/y que en el verso conste:/igual a la del agua es la pena del puente.

Melancolías y turbulencias aparte, algo queda en claro. Los que son fieles a su historia, a su pasado, navegan el presente con ligereza y a diferencia de otros muchos tienen una versión de futuro que no es promesa pues se cumple, recarga y prende minuto a minuto, pasa de mano en mano y nunca se detiene.


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