E
n los meses recientes, diversos escenarios de la capital del país fueron sede de varios recitales de piano que, por los pianistas convocados y los repertorios ofrecidos, prometían muchas satisfacciones sonoras. Los excesos laborales me impidieron asistir a esas sesiones pianísticas, de las cuales lamento particularmente haberme perdido el recital de András Schiff, del que recibí reportes deslumbrantes. Pude resarcirme, al menos, con la reciente presentación de la pianista rusa Lilya Zilberstein en la Sala Nezahualcóyotl, que en buena medida palió mis carencias pianísticas del año.
Resulta un misterio el hecho de que Ludwig van Beethoven se haya interesado por una arietta del mediocre compositor y maestro de capilla Vincenzo Righini para componer sobre ella una serie de variaciones, con las que Lilya Zilberstein abrió su programa. El tema en cuestión es simple y sin atractivo particular, lo que ciertamente limita el alcance de las variaciones realizadas por Beethoven. Algunas de ellas, lógicamente, son tan simples como el tema mismo; en otras, el compositor juega básicamente con una diversificada paleta de densidades, cuyo manejo experto fue lo destacado en la interpretación de la pianista rusa. En algunas de las variaciones, Zilberstein aplicó una energía identificable con el lenguaje beethoveniano, mientras que en otras se orientó con más delicadeza hacia una expresión, digamos, posmozartiana, ligando inteligentemente esta cualidad estilística con el lenguaje armónico conservador de las variaciones.
Después, la conocida sonata Appassionata, del propio Beethoven, reto indudable para cualquier pianista. En su ejecución a esta obra, Lilya Zilberstein se orientó sobre todo a la exploración cabal del sentido del drama que define a la sonata, tanto en la dialéctica de lo meramente técnico (el coherente desarrollo temático en su lectura de la obra) como en lo expresivo, acotando sabiamente el rango dinámico de cada sección de la pieza. Destacada también la sutileza de Zilberstein para presentar cada reaparición de los temas principales bajo una nueva luz, y muy bien lograda, con elegancia y eficacia, la complicada transición entre el segundo y el tercer movimiento de la Appassionata. A lo largo de la sonata, la intérprete supo ensamblar con inteligencia y buen sentido las heterodoxas aventuras formales del compositor. En general, la pianista sostuvo el discurso de la sonata a base de una energía inagotable, continua, bien sostenida y siempre mantenida bajo control.
Para concluir su programa, Lilya Zilberstein abordó la versión original de los Cuadros de una exposición, de Modesto Mussorgski, en cuya ejecución brilló sobre todo su finamente matizada y multicolor paleta tímbrica. Ahí donde otros pianistas intentan (sin éxito) reproducir en reversa las pinceladas geniales de la conocida orquestación de Maurice Ravel a esta soberbia partitura de Mussorgski, la pianista optó por dedicarse a darle al piano lo que es del piano, con resultados muy interesantes. Especialmente notable en este caso la densidad perfectamente calibrada que aplicó Zilberstein a las piezas más oscuras y acústicamente pesadas de la suite pianística del compositor ruso. A la vez, Lilya Zilberstein eligió con gran sensibilidad el tempo justo para cada uno de los cuadros, lo que no le impidió aplicar aquí y allá interesantes dosis de rubato que convirtieron esta promenade pictórico-musical en un sofisticado y fantasioso viaje sonoro. De esta ejecución de los Cuadros de Mussorgski a cargo de la pianista rusa, me quedo con la sutil, ensoñadora expresividad de El viejo castillo, y su potente capacidad de descripción en Samuel Goldenberg y Schmuyle.
Qué satisfactorio es escuchar un recital de piano a cargo de una intérprete como Lilya Zilberstein, quien a la técnica, el conocimiento estilístico y la expresividad añade una admirable dosis de sobriedad interpretativa, que contrasta de manera flagrante con ciertas acrobacias de circo chino de algunos de sus colegas, y con los excesos escénico y musicales de pianistas sobrevaloradas, como Valentina Lisitsa y similares.
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