A
través de las manifestaciones artísticas se pueden estudiar los rasgos principales de las distintas etapas de la historia de México, pues hay una dependencia orgánica y viviente entre las obras del arte con la historia y la vida individual y social de sus autores. Decía César Vallejo que este sincronismo es un fenómeno ineluctable de biología artística
, sin embargo, conviene aclarar que se trata de un proceso dialéctico y no de un simple reflejo mecánico, pues el arte tiene una sustantividad independiente, y el artista posee su propia e intransferible manera de relacionarse con los fenómenos sociales y con el ambiente espiritual de su momento histórico. De ninguna manera pretendo afirmar su superioridad o identificarlo con los místicos o los iluminados. Simplemente intento situarlo en el marco de una actividad que, como todas las realizadas por el hombre, fija su huella indeleble en la vida y la conducta de quienes la profesan.
En nuestro tiempo debe intentarse una conciliación entre el esteticismo y la posición historicista, pues la cultura tiene, por encima o por debajo de su neutralidad, un contenido político. Lo tienen también quienes la fomentan. En el mejor momento de la difusión cultural posrevolucionaria se entregaron los muros de los edificios públicos a los artistas y, sin programación ni censura, se les permitió pintar lo que su conciencia, su emoción y su talento les dictaran. Clemente Orozco llevó a su extremo más ejemplar esa libertad creativa, pintando en el muro de la Suprema Corte de Justicia una alegoría esperpéntica que representa a la justicia, cuando se corrompe, como una pintada
, ebria y delirante arrastrando por el suelo la emblemática balanza.
Marx afirmaba que el arte es una dimensión esencial de lo humano
, y sostenía que para su realización plena, era indispensable un clima de libertad y respeto para el creador artístico.
Para Thomas Mann el arte libera al hombre de las servidumbres impuestas por la historia, actuando como mediador, como una especie de demiurgo nietzchiano.
El arte, que es de naturaleza muy delicada, requiere apoyo de las instancias políticas y sociales, pero no puede admitir el más mínimo asomo de control o de censura. Por tanto, los gobiernos deben renunciar a cualquier forma de control, pues al hacerlo lo único que logran es desnaturalizarlo y empobrecer a la sociedad. Mijail Bulgakov, en una carta memorable dirigida a Stalin, afirma que el escritor que asegure no necesitar de la libertad de expresión es como el pez que afirme no necesitar del agua para seguir respirando.
Hace 25 años se creó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). Siguen vivas las ideas de su fundador, Víctor Flores Olea, y los trabajos de creación y consolidación realizados por Rafael Tovar y de Teresa en el admirable Sistema de Creadores, que es uno de los más generosos de los pocos que hay en el mundo. En él nunca se ha buscado la formación de intelectuales orgánicos, sino el patrocinio del Estado a las labores de creación, sin intentar mediatizarlas o instrumentarlas para su servicio. Son los poderes fácticos los que exigen a sus turiferarios una sumisión sin fisuras
Durante 12 años el odio conservador a la cultura y al Estado laico rompió con esa tradición posrevolucionaria, y se disfrazó con un gigantismo absurdo y contraproducente.
Hace unos días el presidente de la República afirmó que es necesario incrementar el diálogo entre el poder político y los intelectuales. Se refería, sin duda, a los intelectuales capaces de escuchar los diferentes puntos de vista de la sociedad civil. Es claro que ese diálogo tendrá momentos de discusión y de controversía, pues se celebra cuando es más urgente la necesidad de analizar las modificaciones al modelo socioeconómico, ya que el neoliberalismo sólo ha favorecido a los barones dueños del país.
El gran ensayista portugués Almeida Garret, para afirmar el papel de regulador de la economía que debe cumplir el estado advertía: Un gobierno en peligro es aquel que deja comer de más a sus barones
.
En ese diálogo tenemos que hablar de la necesidad de suprimir los recortes a las actividades culturales, que deben ser consideradas como prioritarias y no como suntuarias. La creación artística coadyuva determinantemente en el mejoramiento de la convivencia, el fortalecimiento de la democracia y el mantenimiento de la vida civilizada. La inteligente relación que ha mantenido el Conaculta con los creadores puede considerarse como uno de los aspectos más positivos del diálogo entre los intelectuales y la autoridad política. Conviene que hablemos de las reformas constitucionales y de su impacto en la vida económica, en la sociedad civil y en la soberanía de la nación; de la situación de los indígenas que viven como extranjeros en su propia tierra, y de la violencia desatada en el sexenio sangriento que sigue destrozando el tejido social del país.
Son fundamentales los temas que debe abarcar ese diálogo imprescindible, con el cual trataremos de recuperar la tradición posrevolucionaria, que fue entendida no como una lápida sino como un capitel sobre el cual se construiría un futuro mejor.
* Discurso del director de La Jornada Semanal en la ceremonia conmemorativa de los 25 años del Conaculta
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