A
l atardecer del 28 de marzo de 1939 –en un día como hoy–, el Stanbrook, barco carbonero inglés, partió de Alicante vía Orán con la última carga civil. Zarpó con 2 mil 638 pasajeros, camino del exilio español semanas antes de acabar la contienda que dejaría marcada a España. El puerto mediterráneo todavía no era tomado por el bando franquista y se tornaba la única puerta para huir de la represión franquista. Las 15 mil personas venidas del frente que no alcanzaron lugar, convirtieron Alicante en una cruel cárcel. (Notas del periódico El País, 23/3/14).
Sigmund Freud insistió en varios de sus escritos tanto teóricos como técnicos que para no repetir era preciso recordar y que ésta era la única vía posible para intentar elaborar eventos traumáticos y procesar los duelos. En el caso de la Guerra Civil española se pretendió dejar en silencio una trágica y sangrienta contienda fratricida creyendo quizá (pero erróneamente) que podrían olvidarse las dolorosísimas secuelas de la obtusa y absurda conflagración entre hermanos de raza. Los duelos, lejos de resolverse se enquistaron, se congelaron las heridas y se convirtieron o bien en cicatrices queloides o en tejidos friables que se abrían y volvían a sangrar al mínimo roce. Voces, lamentos, dolor y muerte suspendidos en el tiempo como algo fantasmal han pesado en la atmósfera de miles de hogares sin distinción de ideología: franquistas, republicanos exiliados e incluso antiguos residentes españoles. También fueron silenciadas la confusión, el dolor y los conflictos para consolidar una ideología y una identidad propia los hijos españoles cuyos padres vivenciaron la encarnizada lucha.
Como una negra pesadilla premonitoria se nos presenta el consternador cuadro de Francisco de Goya de los fusilamientos de la Moncloa
. Con magistral pincel el maestro aragonés plasma el rencor, la violencia, la muerte, la desigualdad e injusticia social imperantes que como en caldo de cultivo hace crecer la parte negra
constituida de odio y rencor acumulados que –recuerdo, repetición y elaboración– estallan años después con magnitud desmesurada. El instinto de vida, la casta y la hondura del pueblo español trocados en fatal desencuentro; una y otra vez, asesinatos y ejecuciones masivas cuya sangre colorea a España; la pulsión de muerte enseñoreándose a lo largo y ancho de la península.
Violencia y barabarie, brutalidad y muerte por doquier que, para muchos, además se agravó con el destierro forzado, el desolador exilio –extranjero primero, extranjero siempre
. Al final, ni vencedores ni vencidos, todos fueron perdedores con diferentes matices y en diferentes circunstancias. Los exiliados perdieron su patria, los que permanecieron en ella la libertad: ambos las muertes cercanas. De ello da cuenta el funesto retroceso que sufrió la ciencia, el arte, la literatura, la libertad de expresión y el pensamiento que sumieron a España en un oscurantismo intelectual e ideológico debido a la brutal censura ejercida durante la dictadura.
Y en el exilio, las familias enfermas de melancolía, añorando una España que ya no existía, que se había difuminado entre los fantasmas de los muertos y la dictadura. Doble pérdida para los exiliados que tras largos años de silencio y depresiones invalorables regresaron tras la muerte del dictador. Aquellos que, fieles a sus ideales, y convicciones se prometieron no regresar, soportaron estoicamente el dolor de no ver el terruño hasta la instauración de un régimen democrático años después (cuyo artífice Adolfo Suárez murió el domingo). Pero aquella España que habían dejado con todo tipo de perdidas décadas atrás los había olvidado, no contaba con ellos. Habían jugado con el aquí no pasó nada
, borrón y cuenta nueva
. Faltan palabras y sobran testimonios para poner voz a ese doloroso silencio, a esa ingrata y cruel ignorancia de tales acontecimientos.
Negrura espectral que dividió a la nación y continuó sus deletéreos efectos en los hijos de esa generación, cuyas vidas se vieron marcadas por las huellas del dolor, el silencio y un discurso familiar cargado de odios, pleitos y resentimientos debido a las contrarias ideologías de las familias; hermanos, padres, abuelos... Muchos –¿la mayoría?– quedaron atrapados en la confusión y la escisión o abrazaron ideologías que continúan los odios. Vidas marcadas por pérdidas traumáticas y duelos no elaborados. ¿Son elaborables?
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