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ace poco más de una semana entrevisté a Emmanuel Carballo. No sé si fue la última entrevista que dio, realmente quisiera que no lo fuera. Me gustaría poder hacer lo que acordamos al despedirnos: volver a verlo en unos días, llevarle el libro que me prestó tras prometerle que era devuelve-libros
, y continuar con esa conversación que ya quedó por siempre trunca.
Aquella tarde, rodeado de libreros con anaqueles inalcanzables, Carballo hizo un recuento de una parte significativa de su vida. Conversamos sobre sus años de formación en Guadalajara, sus primeros proyectos editoriales (las revistas Ariel y Odiseo), sobre su llegada a la ciudad de México, su incorporación al suplemento México en la Cultura, su paso por la Revista de la Universidad y, finalmente, sobre la creación de la Revista Mexicana de Literatura. Recorrimos una vida no solamente dedicada a la lectura y la escritura, sino también a la formación de lectores. Es primordial subrayar la diferencia. Carballo nos lega obras fundamentales y, al mismo tiempo, algo que cuesta advertir aunque a todos nos atañe: la consolidación y creación de suplementos y revistas que fueron fundamentales para el desarrollo del México en el cual vivimos. Él era consciente de lo importante que había sido esa labor: éramos como misioneros del siglo XVI enseñando una nueva manera de pensar, de ser, de hablar, de escribir
. No exageraba. Las publicaciones periódicas que alentó y en las que colaboró coadyuvaron a la radical transformación cultural que vivió nuestro país a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.
Carballo empleaba un símil bastante preciso para referirse a los suplementos culturales. Los veía como la primer copa de tequila
, esa que precede a la segunda y la tercera, puesto que por medio de ellos se inquieta a los lectores y se les induce a seguir leyendo. Se puede afirmar que él mismo hizo eso durante toda su vida: espolear la curiosidad y formar lectores (¿no debería ser ésta una de las tareas primordiales de la crítica literaria?). Carballo jamás abandonó esa vocación misionera, la cual estaba fundaba en un principio básico: el amor a la literatura. A ese amor tampoco renunció nunca. Al hablar sobre Ariel, la revista de su juventud, me dijo: amábamos profundamente la literatura, como la sigo amando a los ochenta y cuatro años de una manera profunda y capital
.
Vivimos un momento triste de la literatura mexicana –al menos eso creía Carballo. Es triste no porque no existan escritores de calidad, sino más bien porque no hay lectores. Este, pensaba él, es el gran problema hoy en día. Los culpables, en buena medida, son los propios escritores que han dejado al lector a su deriva, es decir, que han abandonado esa aptitud preceptora que Carballo tanto defendió y encarnó en su propia figura. El mejor homenaje que podemos rendirle es intentar modificar nuestra realidad retomando esa misión que él hizo suya y emprendió con tanto ímpetu e inteligencia: la formación de lectores.
Twitter: @ConcheiroL
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Luciano Concheiro San Vicente: Formador de lectores
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