P
icasso sigue atrayendo a un público que aparentemente no se ha incrementado en lo general, salvo en los ámbitos académicos, pero que revive a través tan sólo de la mención del malagueño pues este encarna como ningún otro artista del siglo XX la figura del genio.
De sobra sabemos que esta noción es de raíz romántica, pero sigue funcionado para designar a aquellas personas de creatividad exaltada, continua y compulsiva.
Hacer por el placer de hacer parece haber sido uno de los lemas de Picasso, aunque no lo haya explicitado tal cual ni siquiera a su fotógrafo predilecto, que fue David Douglas Duncan sólo hacia la última parte de su vida, antes Pierre Brassai resulta de suma importancia.
La actual exposición en el Palacio de Bellas Artes se encuentra en su última etapa de exhibición, compartida en la zona de la Sala Nacional, cuya museografía vale por sí misma, con la primera sección de una muestra de Ángel Zárraga que se continúa en el piso de los murales.
El meollo de la exposición de Picasso está integrado por las fotograrfías tomadas por uno de los más notables fotógrafos de combate, autor de imágenes, entre otras, de la guerra de Corea:
A través de Robert Capa, David Douglas Duncan conoció a Picasso cuando él habitaba con Jacqueline Roque en la villa La Californie. No pocos biógrafos del pintor, al igual que su hija Paloma, han manifestado que Jacqueline aisló a Picasso de sus conocidos, amigos y aun familiares, noción que John Berger comparte, pero no obstante Picasso permitió a Duncan las frecuentes visitas a la Californie y después a Notre Dame de Vie, lugar que no fue tan del agrado del fotógrafo, como lo fue la villa que se convirtió en la principal residencia picassiana a partir de 1955, año en el que murió Olga Koklova, primera esposa legal del pintor y madre de su hijo Paul.
Los comentaristas de la vida de Picasso (todavía no aparece el cuarto tomo de Richardson) en términos generales no simpatizan con la figura de Jacqueline, pese a que su apariencia través de las fotografías entrega la imagen de una mujer aun joven, guapa, algo parecida a la famosa Dama de Elche que se encuentra en el Museo Arqueológico de Madrid y que según varios expertos, entre otros John F. Moffitt, connotado hispanista, es una pieza del siglo XIX y no una antigüedad ibérica, pero ese es un tema anexo y si lo menciono ahora es porque entre otros, intrigó a Carlos Fuentes quien avala la inautenticidad de la dama como pieza antigua
La exposición del Palacio de Bellas Artes nos regala con tres de los más conocidos y reproducidos bronces de Picasso, ejecutados originalmente con objetos encontrados, con algunas pinturas, entre ellas una bellísima Naturaleza muerta de 1943 que guarda nexos con el sintetismo de sus más celebradas pinturas poscubistas, al igual que un retrato de Françoise Gillot (madre de Claude y Paloma Picasso) sentada en un sillón y no radicalmente deconstruida
en este cuadro perteneciente a la colección Pérez Simón.
Está presente la simbólica pintura Palomar de los pichones, 1957, que es en realidad un bosquejo al óleo muy apresurado perteneciente al Museo Picasso de Barcelona, la formidable cabeza de ese mismo año proveniente del Museo de Estocolmo que fue pintada y retratada a la vista de Duncan en una secuencia de la Californie, aparte del magistral dibujo fechado también en 1957, alarde a la vez de genialidad y virtuosismo.
Desde mi punto de vista esta pieza en lo particular, cuya factura fue rapidísima, se diría que automática
le tomó segundos; algunas otras de las que se exhiben, en su momento le funcionaron como distracciones para sus hijos, integran un conjunto que corresponde a la idea de vestigios desechados por su mismo autor como obras no para exhibición, sino para juguetear con ellas. Pero nada de Picasso, ni siquiera una servilleta de papel doblada, es sólo y únicamente un vestigio ni mucho menos un desecho, como pareciera serlo a modo de divertimento el singular dibujo grotesco
en la playa de 1956. Mismo año de Descanso del fauno, análogo a algunas piezas de la suite Vollard que están catalogadas y estudiadas por Christian Zervos (1889-1970), personaje que al parecer sí logró cabida en el ámbito de Jacqueline. Este editor de la Revista Caahiers d'Art reunió y catalogó un elenco de 32 volúmenes con obras de Picasso entre pinturas, esculturas, grabados y dibujos. No es, sin embargo, un catálogo completo.
A estas obras se suman algunos platos de cerámica trabajados en la fábrica Madoura de Vallauris a partir de 1947. Hay piezas como el búho pulido con óxido que son sobresalientes y otras que son simplemente tilos. Esta vena de la obra Picassiana ha encontrado seguidores en muchos países, incluido el nuestro, cosa que también sucede con las figuras en lámina de metal doblado y ensamblado. Entre éstas, Mujer con niño de 1961 es un ejemplo realmente notable. No porque se trate de obras de pequeñas dimensiones son menos importantes que otras.
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