El silencio como ausencia de sonido no existe, está demostrado, expresa Mario Lavista en la capital española durante la entrevista con La Jornada Foto Armando G. Tejeda
Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 14 de junio de 2014, p. 4
Madrid, 13 de junio.
El silencio no existe. Hay una definición que dice que la música está formada de sonidos y silencios. No lo creo, pues la música está formada de sonidos y de tiempo
, señala el compositor Mario Lavista (DF, 1943), quien se encuentra en Madrid para recibir el prestigioso Premio Tomás Luis de Victoria, que otorga cada año la Sociedad General de Autores de España.
Lavista es uno de los creadores con mayor proyección internacional, con un quehacer de varios lustros en la indagación más íntima de los sonidos y la búsqueda de un lenguaje propio.
Es uno de los músicos mexicanos contemporáneos más interpretados y, por su sólida preparación, ha sido invitado como catedrático en varias universidades, como la de Chicago, la de San Francisco y la de Indiana.
"Este premio es motivo de enorme satisfacción. Me siento privilegiado y honrado. Quiero pensar que de alguna manera también es un reconocimiento a la vitalidad de la música en México, que desde el punto de vista compositivo atraviesa por un gran momento en el que conviven diversas generaciones de espléndidos compositores.
Tenemos una enorme cantidad de intérpretes que finalmente son contemporáneos de su música, por tanto, tenemos grupos y solistas que tocan la música contemporánea y naturalmente de los compositores del país
, dice a La Jornada.
Pluralidad de lenguaje y estilos
Mario Lavista escribe música desde los años 80 del siglo pasado y ha sido testigo directo de los cambios y rupturas en la música contemporánea. En principio, no me preocupa para dónde va la música, porque no lo sé. Lo que sé es que desde principios del siglo XX toma muchos caminos; si hay una característica en esa centuria es la pluralidad del lenguaje, de estilos... Es una época en la que se han puesto en tela de juicio valores largamente establecidos, incluso la definición misma de música, se ha visto nacer la música electroacústica a través de los sintetizadores y la computadora. Es una época que ha puesto en tela de juicio a un lenguaje como la tonalidad, que rigió a Occidente durante los siglos XVII, XVIII y XIX
.
Los compositores del siglo XX, añade, nacieron con una incertidumbre en el lenguaje musical. "Cuando nacieron Chopin o Mozart jamás pensaron si su lenguaje iba a ser tonal. Simplemente era así y punto. En la centuria pasada ya no ocurre eso y nacemos con esa incertidumbre de tener que inventar un lenguaje propio y tener un estilo y una voz propia, pero que además involucra imaginar un lenguaje que no se parezca a ningún otro.
En el siglo XX no hubo un lenguaje que unificara a la civilización occidental. En todas las épocas ha habido estilos diferentes, pero por más diferente que sea el estilo entre Bach y Verdi ambos tienen algo común: los dos hablaron el mismo lenguaje
.
A pesar de esta tendencia a la ruptura y la creación de lenguajes propios y desconocidos, Lavista reconoce que siempre hay referencias a la tradición o a abrevar en los clásicos. Por más diferencias de estilo que se tengan, veo en mi obra una influencia de Mozart, pero no es una influencia evidente ni en lo que se oye, porque no se trata de imitar, sino en aspectos de tipo técnico, formal, que utiliza Mozart y puedo abstraerlo y utilizarlo. Lo mismo pasa con la música medieval, como los ritmos regulares o la isorritmia. No me interesa la copia, sino la abstracción del conocimiento
, afirma.
También se refiere al silencio y sus implicaciones metafísicas: "El silencio no existe. Está demostrado que el silencio como ausencia de sonido no existe. Hay una definición que dice que la música está formada de sonidos y silencios. No lo creo, pues la música está formada de sonidos y de tiempo. Esa es la verdadera dimensión de la música; el sonido y el tiempo. Es un arte que discurre en el tiempo, que crea incluso su propio tiempo.
Por ejemplo, el compositor es un escritor que en lugar de escribir palabras escribe sonidos a través de una simbología convencional que se modifica y se ha modificado a lo largo de la historia. Lo que está escrito en una partitura es una obra que ha sido previamente imaginada en la mente del compositor, pero para que se pueda escribir se necesita congelar, porque es necesario agarrarla y fijarla a través de estos símbolos, y después el intérprete, al descifrarlos, la descongela y la vuelva a hacer correr en el tiempo, que es lo que finalmente escuchamos.
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