Los fundadores del Memorial rehacen la historia adulterada de más de cuatro décadas de régimen represivoFoto Alejandra Ortiz
Alejandra Ortiz Castañares
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 25 de agosto de 2014, p. 9
Sighetu Marmatiei, Ru., 24 de agosto.
En Maramurefl –región que representa el corazón profundo de la Rumania rural, al norte de Transilvania– el trabajo humano pareciera conducirse como ritual solemne.
Los voluminosos músculos al sol de los hombres, mueven largas hoces que cortan el trigo y los acumulan en montones, dejando en los campos huellas que invocan súbitamente los Pajares, de Monet, y vivifican una experiencia donde a momentos nos sentimos transportados un siglo atrás, acentuada por repentinas carretas tiradas por caballos, por el aspecto arcaico de las iglesias fascinantes de madera diseminadas en el territorio, totalmente decoradas por murales neobizantinos de frescura naif, cuya belleza sería trunca, si no fueran animadas por los pobladores que los domingos habiendo dejado el trabajo rudo del campo, se visten de gala: las mujeres portan ricos chalecos bordados de colores, con faldas negras y pañuelos en la cabeza; los hombres, impecables pantalones y minúsculos sombreros de paja.
Los espesos montes Cárpatos parecieran haber calado una cortina, frenando en estos valles la trivialidad del mundo moderno, del turismo masificado, confiriéndole un valor inestimable, una dignidad profunda, donde reina la reciprocidad entre el hombre y la naturaleza.
Pero este contexto irresistiblemente romántico tiene un contrapeso de oscuridad, un pasado que dejó en Rumania cicatrices profundas y que el Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia creado en 1993, desentierra sin ambages.
Al lado de Auschwitz y Normandía
Situado en la ex cárcel de Sighet, en pleno centro de la ciudad, los fundadores: Ana Blandiana y Romulus Rusan, por conducto de la Fundación Academia Cívica (que incluye el Centro de Estudios Internacionales sobre el Comunismo, en Bucarest), se han batido por rehacer la historia adulterada de más de 40 años de régimen represivo, reconstruida gracias a un comité científico internacional formado, entre otros, por Thomas S. Blanton, Vladimir Bukovskij, Stephane Courtois, Pierre Hassner, desenmascarando las atrocidades cometidas en Rumania en ese lapso.
En 1998 el Consejo Europeo situó al Memorial de Sighet entre los principales espacios de conservación de la memoria del continente, junto con Auschwitz y Normandía.
A diferencia de Auschwitz, cuyo acercamiento es emotivo –y donde personalmente sentí postración y náusea– aquí es racional, de desprendimiento científico, ya que aborda el tema como un hecho puramente histórico, que no da espacio a la crónica ni al sentimentalismo. No hay cabida a detalles como los tipos de tortura empleados, que se prestan sólo a la curiosidad morbosa.
La visita requiere así de un espectador activo, dispuesto a usar su tiempo y su mente para digerir la cantidad de información presentada, que, sin embargo, resulta clara.
El Memorial, fundado en 1993, se despliega cronológicamente en 83 salas que abarcan todas las celdas de la cárcel; analiza la modalidad y desarrollo de la represión comunista desde 1946 hasta su caída, en 1989, cuando, a diferencia de las demás naciones del bloque, Rumania se sublevó contra el dictador Nicolae Ceaucescu y su esposa Elena, fusilados tras un juicio sumario, el 25 de diciembre.
Las últimas salas contienen los brotes de resistencia en Europa que llevaron a tal éxito a pesar de la ola de violencia que desataron en Berlín (1953), Hungría (1956), Checoslovaquia (1977 y 1989), Polonia (Solidarnosc, en los años 80), y Rumania (1977, 1978 y 1989).
Es una propuesta seria, respetuosa en cuanto a las víctimas, un trabajo de titanes, donde se han ido cosiendo piezas sueltas de un inmenso rompecabezas, mediante la recopilación oral de testigos, de documentos de archivo y fotografías, entre los cuales el análisis del funcionamiento de la Securitate (policía secreta) ha sido un estudio pionero.
El propósito es, por tanto, según apuntan, una manera de contrarrestar este éxito, un medio para resucitar la memoria colectiva, de curar heridas, de detener la desolación que reina en la nación, que radica en un silencio invencible que debe ser combatido con fuerza. Es un modo de recordar a las víctimas del comunismo que sufrieron, que perdieron la vida por sus ideas, que fueron olvidadas, impugnadas e incluso calumniadas por años
.
La cárcel de Sighet en pleno centro de la ciudad, a sólo dos kilómetros de distancia de la actual Ucrania, surgió a finales del siglo XIX como cárcel común (arquitectónicamente recuerda a una de las alas de la contemporánea Lecumberri en México), para convertirse en 1950 en prisión de exterminio de la élite rumana, cuyo nombre en código era Colonia de trabajo del Danubio, en funciones hasta 1955, cuando Rumania, al ingresar a la Organización de las Naciones Unidas, se vio obligada a cerrarla y retomar su antigua función de cárcel común.
Forman parte del Memorial una austera capilla para el recogimiento y meditación, así como el llamado Cementerio de los Pobres, situado a un par de kilómetros de la cárcel, donde se enterraron de manera clandestina los 54 cuerpos de quienes murieron en esta prisión, arrojados a una fosa común.
La cárcel simboliza en sentido amplio la extinción de una generación de políticos, intelectuales, eclesiásticos y opositores comunes. Muestra los abusos de poder, como las conocidas nóminas aquí expuestas, compiladas por la Securitate sobre los futuros detenidos de Sighet: Se encuentren motivos para implicar en procesos a todos los elementos que tuvieron un lugar en la vida política del país
; como también el largo uso del artículo 209, que bajo la vaga cláusula de conspiración contra el orden socialista
facilitó una tercera parte de las condenas emanadas.
El memorial dedica una sala al ex primer ministro Iuliu Maniu, quien murió en esta prisión, uno de los padres de la democracia rumana y líder del Partido Nacional Campesino, el más golpeado por la represión; así como al gran historiador Gheorghe I. Br Tianu, integrante de la Academia Rumana, también desmantelada. El Memorial califica la represión a los intelectuales como genocidio cultural
, cuyas consecuencias aún se perpetuan.
En Rumania existieron 230 lugares de detención de diversa tipología: interrogatorios, cárceles, campos de trabajos forzados y de domicilio obligatorio, hospitales siquiátricos de tipo político y deportaciones, a lo cual se agregan más de 100 sedes de la Securitate.
De 1945 a 1989 los detenidos políticos fueron 600 mil.
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En la Rumania rural restallan los ecos de 40 años de represión
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