E
l 24 de marzo de 1980 asesinaron al arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, por órdenes del mayor del Ejército, Roberto D'Aubuisson, fundador del partido Arena, que por largos años gobernó ese país. En ese entonces reinaba en el catolicismo, sin límite alguno, el cruzado por excelencia contra la iglesia de los pobres: Juan Pablo II.
Un año antes de su muerte, Romero viajó a Roma en busca de una audiencia personal con el pontífice polaco, pues sus solicitudes escritas desde San Salvador no tenían respuesta de la burocracia vaticana. Ya en Roma, días y días sin lograr éxito alguno en su petición. Todas las puertas se le cerraron. Finalmente, en una audiencia multitudinaria, logra saludar al Papa, decirle que es el arzobispo de San Salvador. Le pide audiencia.
Lo recibe al otro día. Monseñor Romero lleva consigo documentos que muestran lo que está pasando en su país para que el Papa se entere de viva voz y lo apoye en su lucha contra la violencia oficial y la injusticia. Le pide que lea varios de ellos en los que se comprueba la campaña de calumnias contra la Iglesia y el arzobispo, orquestada desde la misma casa presidencial.
Sin ver ninguno de los documentos, el Papa lo regaña. Le dice que no le gusta que lleguen cargados con tantos papeles pues no tiene tiempo de estar leyendo tanta cosa
.
Monseñor Romero no se altera ni amilana por el exabrupto papal y le cuenta los asesinatos de gente inocente, cristiana, por no estar de acuerdo con el gobierno. Logra que vea la foto del sacerdote Octavio Ortiz, asesinado cruelmente junto con cuatro jóvenes acusados injustamente de ser guerrilleros. ¿Y acaso no lo era?
, le respondió el pontífice.
Y enseguida le aconseja lograr una mejor relación con el gobierno salvadoreño, pues es lo más cristiano en estos momentos de crisis. Si usted supera sus diferencias con el gobierno trabajará cristianamente por la paz
.
"Pero, Santo Padre –le respondió Romero–, Cristo en el evangelio nos dijo que él no había venido a traer la paz sino la espada". Nuevo reproche papal y fin de la audiencia. Un año después un grupo paramilitar mató al arzobispo mientras oficiaba misa. En muchas partes hubo voces pidiendo su beatificación, por ser mártir de la Iglesia. El que lo trató tan mal en la audiencia nunca permitió que la iniciativa avanzara.
Durante el proceso para beatificar a Juan Pablo II, un destacado grupo de teólogos encabezados por Giovanni Franzoni, ex abate de la Basílica de San Pablo, se pronunció contra ella. Entre otros motivos, por el criminal aislamiento y abandono que dicho pontífice decretó contra el arzobispo y que alentaron a los escuadrones de la muerte a matarlo.
Ahora se abre la vía para beatificarlo. No necesita un milagro. Pero habrá uno indiscutible si, al fin, el Vaticano reconoce su yerro.
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