Javier Camarena, quien se ha formado en el escenario al lado de grandes directores de escena y de música
, en un ensayo de La hija del regimiento, ópera en la que el cantante interpreta el papel de TonioFoto Javier del Real/ Teatro Real
Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 23 de octubre de 2014, p. 3
Madrid, 22 de octubre.
Su nombre ya se asocia al de las grandes voces en la historia de la ópera, como Alfredo Kraus, Franco Corelli y Luciano Pavarotti, sobre todo por su timbre, sus agudos y sobreagudos casi imposibles y su virtuosismo en el bel canto.
Se trata de Javier Camarena (Xalapa, Veracruz, 1979), tenor mexicano que eligió la música porque soñaba con ser un mejor cantante católico
.
Antes de ingresar al Conservatorio Nacional, su única escuela había sido el coro de la parroquia, y la música que sonaba sin cesar en su casa, sobre todo Queen, Bee Gees, cumbias de la Sonora Santanera y sus discos de Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri.
Hoy es, junto al peruano Juan Diego Flórez, el tenor por el que suspiran en los grandes teatros de ópera del mundo.
El éxito más reciente de Javier Camarena fue su debut en el Teatro Real de Madrid, donde estrenó, el pasado lunes, La hija del regimiento, de Donizetti, y fue ovacionado tras su interpretación del aria más compleja de la obra, Ah, mes amis, con nueve do de pecho consecutivos.
Formación en el escenario
En entrevista con La Jornada, Javier Camarena explica cómo pasó de cantar en el coro de una iglesia a ser aclamado con furor en el Metropolitan de Nueva York y en los grandes festivales y teatros de ópera de Europa.
–Interpretar el papel de Tonio en La hija del regimiento, precisamente 10 años después de que debutó, ha sido una experiencia diferente. ¿Nota su madurez como cantante e intérprete?
–Sobre todo en el conocimiento del estilo, de cómo abordar el repertorio belcantista. Es algo que vengo haciendo en los recientes siete u ocho años.
"Por otra parte, ha habido un desarrollo técnico y vocal que me permite afrontar el papel con muchísima más seguridad y disfrutarlo más. Jamás me ha preocupado mucho cuando vienen los agudos o los sobreagudos, pero es verdad que ahora me encuentro más pleno que cuando debuté, hace 10 años.
Si lees las críticas de hace una década, éstas coinciden en decir que cantaba bien, pero que parecía una estaca, estaba muy tieso en el escenario. No es que haya tenido una gran formación para ese entonces, pero a partir de ahí he tenido oportunidad de formarme en el escenario trabajando con grandes directores de escena y musicales.
–¿Se puede decir que el gran cambio en su voz y en su manera de entender la ópera es a raíz de su traslado a Zurich y de las enseñanzas del maestro Francisco Araiza?
–Desde luego. Tiene muchísimo que ver con mi evolución haber vivido en Suiza, hace siete años, y trabajado con el maestro Araiza.
También, lo que he ido aprendiendo sobre la marcha; me he hecho artista sobre el escenario. El aprendizaje de lo que sé ha sido al lado de los grandes directores musicales y de escena con los que he trabajado: cómo pararme, moverme, la relación espacio-orquesta-cantante, el vínculo del espacio con la sala.
–Entre esos maestros está Claudio Abbado, quien murió el pasado enero.
–De Abbado entendí lo sublime que puede ser la música y cuán enriquecedora del espíritu. Trabajar con él ha sido una de las cosas más divinas; sin aspavientos y con tan sólo levantar la mirada hacía que todo estuviera en su sitio y perfecto.
–Antes de que ocurriera todo eso, ¿podría narrar cuándo fue su primer contacto con la ópera o con la música clásica? ¿En su casa era habitual escucharlas?
–En casa no había este tipo de música. Se escuchaba la radio y la música de la época, la popular. Mi padre fue muchos años técnico en la planta nuclear de Laguna Verde y mi madre es maestra de cocina.
"Mis primeros recuerdos musicales son de los Bee Gees, Queen, Abba, la música disco de finales de los años 70, además de cumbias de la Sonora Santanera; Los Ángeles Negros. Tenía mis discos de Cri-Cri, las rondas infantiles de Cepillín y de Parchis. Y de repente algún son jarocho y huapangos.
Había una gran mezcla de sonidos, pero es verdad que siempre escuchábamos música. A partir de ahí el gusto por el género clásico es implícito.
–¿Cuándo descubre que su voz podría servir para cantar ópera?
–Muy tarde. Empecé a estudiar canto porque quería estudiar música. Mi idea era aprender piano o guitarra, porque estuve muchos años en los coros de la iglesia.
Mi intención era estudiar para ser un mejor instrumentista y un mejor cantante católico. Ese era el principal motivo para tener más conocimientos de armonía y música. Quería saber más para componer canciones y convertirme en un cantante religioso. Cuando me decidí tenía 19 años, así que era imposible estudiar piano y guitarra. Para entrar al Conservatorio mi única posibilidad era el canto, que tenía como límite los 21 años.
–Y la ópera, ¿cuándo la descubre?
–Al tercer año del Conservatorio. En un taller de italiano, cuando escuché Turandot, con Plácido Domingo y Eva Marton, en el Metropolitan, me di cuenta de que estudiaba música para hacer eso. Fue como si se iluminara el panorama y entendiera que era ahí a donde quería ir.
–Ahora que está en la cima de la ópera, ¿cómo vive todo lo que sucede en México, la violencia, las desapariciones y ejecuciones de normalistas, etcétera?
–Claro que me preocupa. Además, tengo familia en Veracruz, aunque debo pelear desde mi trinchera, pues por sobre todas las cosas está ser mexicano. Y eso es lo que aporto al mundo, algo que me mueve en lo más profundo.
"Lo que se vive hoy en México se ha gestado desde hace muchas generaciones. No es algo nuevo. Si algo ha de cambiar en nuestro México es nuestra manera de ver el país. Mientras más nos organicemos y apoyemos podremos hacer grandes cosas.
Falta ese despertar colectivo. Es duro y triste, pero desde mi trinchera intento llevar el nombre de México a otros lados y que se hable bien de nuestro país.
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