Alejandra Ortiz Castañares
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Viernes 19 de diciembre de 2014, p. 3
Este domingo, 21 de diciembre, se cumple el 30 aniversario luctuoso del pintor y escultor Carlos Mérida (Quetzaltenango, Guatemala, 1892-ciudad de México, 1984).
Para conmemorar la efeméride, TV UNAM le dedica un programa especial el domingo a las 22 horas.
Aunque la crítica lo ubica entre los artistas más relevantes de América Latina, del siglo XX, pareciera no comprenderse su dimensión histórica como demuestra la irracional destrucción y fragmentación de su obra muralística en México, así como la falta de un catálogo razonado o por lo menos de un estudio acucioso acerca de su pintura; de exposiciones que no se relacionen con alguno de sus aniversarios (como si se necesitara un pretexto para hacer una muestra de Joan Miró o Vasili Kandinsky).
Búsqueda de la abstracción
Salvo esporádicas excepciones, desde el homenaje nacional en Bellas Artes por el centenario de Carlos Mérida, en 1992, no se ha escrito libro o catálogo alguno; tampoco se le ha dedicado una exposición, aunque se reconoce una bibliografía copiosa y de calidad –un centenar de títulos– entre los cuales abundan firmas excelentes.
Muchos saben de la existencia del maestro, pero ¿cuánto se le conoce realmente?
La carrera de Mérida, desde sus primeras exposiciones, se caracterizó por una actitud desafiante, por un anticonformismo avant la lettre, por una coherencia profesional que desdeñó la demanda del mercado local para alcanzar lo que pareciera el fin último de su búsqueda artística: la abstracción; no conseguida a plenitud sino hasta la madurez como consecuencia de un peregrinaje artístico casi iniciático, elaborado en el tiempo, meditado, deseado.
La actividad de Mérida abarcó gran parte del siglo XX, su longevidad y buena salud le concedieron casi 80 años de prolífica carrera que sólo su muerte interrumpió. Su obra fue marcando la evolución de la historia del arte: desde la pintura figurativa poscubista hasta el surrealismo y la abstracción, resuelta con una búsqueda muy personal, fincada en la cultura indígena y europea.
Los artistas que ejercieron influencia en él y que explícitamente cita en su Autobiografía (1950) fueron aquellos donde el sustrato local fue el motor y conformación singular de su obra, elaborado y traducido en lenguaje vanguardista, como afirma el mismo Mérida: Reminiscencias mayas bullen en mi sangre, por eso amo a Klee, Kandinsky, Miró y Picasso, porque ellos hacen el mismo juego
.
Para Mérida no había arte universal sin ser local.
Por escapar del folclor
La formación de Carlos Mérida en Guatemala –donde nació– lo orientó en dos direcciones: por un lado, en la adquisición de una actitud multidisciplinaria y una apreciación por la tradición indígena.
Sus amigos fueron músicos, poetas, escritores, escultores y pintores que trabajaron en tal dirección. Mérida los celebra más tarde con retratos a lápiz, publicados en la revista mexicana La Falange del primero de febrero de 1923 (a Jesús Castillo, su maestro de música y compilador de música folclórica y al poeta Wyld Ospina).
Por otro, el artista supo acercarse a la vanguardia, a mirarla con curiosidad, a empujarse más allá de las pequeñas fronteras de su patria, siendo muy importante el impulso del catalán Jaume Sabartés, amigo fraterno y después secretario de Picasso (la donación de su colección fue lo que permitió la apertura del homónimo Museo de Barcelona), a través del cual conoció las pinturas del periodo azul de Picasso, que Sabartés llevó consigo a Guatemala.
Sabartés además organizó las primeras exposiciones de Mérida y lo impulsó para viajar a París en 1912, cuando se integra al atelier del catalán Hermen Camarasa, de quien absorbe la estética decorativista –que Mérida perpetuará por más de un decenio–, así como el exotismo africano y oriental que transmuta en atracción por el indigenismo.
Mérida vivirá la afirmación del cubismo en París, al cual jamás se adhiere, pero sí utiliza para estructurar y sintetizar la imagen, como Modigliani, uno de los artistas que frecuenta y que más admira estando en la capital francesa y que en algunas obras, como en La muchacha del perico (1917), parece rendir homenaje.
Carlos Mérida conoció también el radicalismo colorístico fauve y aprovecha los innumerables estímulos de América para convertirse en un colorista excelso, lo que será una de las cualidades más celebradas por la crítica. André Salmon, por ejemplo, habla de un color jamás antes contemplado
.
Cuando Mérida llega a México en 1919 su temperamento artístico está completo, en adelante madurará y evolucionará como artista, pero su personalidad quedará como una directiva de su estilo.
Resulta retórico insistir en la contraposición entre nacionalistas y extranjeristas en el contexto del arte mexicano. A Mérida habría que entenderlo en su propia lógica: era un artista vanguardista que no podía encajar en el mainstream mexicano que caminaba por la ruta del realismo, a pesar de ser considerado el pionero del nacionalismo pictórico americano moderno, sellado en su exposición de 1920 en la Academia de Bellas Artes. Al respecto, Anita Brenner describe el arte de Mérida como la brisa que precedió la tempestad
, primicia que reconoce incluso el mismo Diego Rivera.
Canto al maya, 1956, obra de Carlos Mérida; caseína montada sobre madera, 90 por 66 centímetros. Reminiscencias mayas bullen en mi sangre, por eso amo a Klee, Kandinsky, Miró y Picasso, porque ellos hacen el mismo juego
, decía el artista nacido en Quetzaltenango, Guatemala, y fallecido el 21 de diciembre de 1984 en la ciudad de México. Para Mérida no había arte universal sin ser localFoto Cortesía Galería Arvil
Carlos Mérida
Foto Manuel Álvarez Bravo/ cortesía Galería Arvil
A pesar de ello, Mérida supo liberarse, sintió que el folclor era una trampa, que era necesario escapar de él
.
Alma de músico
Luis Cardoza y Aragón (1901-1992) escribió un largo ensayo alusivo a Mérida en la Revista Amauta, de Lima, en 1928. Le dedica páginas halagadoras que no dejan de sugerirle cuán benéfico le sería superar la fase decorativa no sólo de su arte, sino del arte latinoamericano en general, considerando a Mérida el mejor guía para lograrlo.
Es justo en el segundo viaje a París –cuando conoce a Cardoza y le pinta el magnífico retrato conservado en el Museo Nacional de Arte– cuando Mérida cumple este salto y emprende un camino más experimental y atrevido, poniéndose en abierto contraste con el muralismo y convirtiéndolo en su más abierto y crítico disidente.
A partir de entonces proliferan las exposiciones internacionales dedicadas al maestro, sobre todo en Estados Unidos, aunque también en Europa.
En México, la Galería de Arte Mexicano (GAM) realizó desde 1939 hasta mediados de los años 70 casi una muestra al año.
En la exposición que el Palacio de Bellas Artes dedicó a Carlos Mérida en 1937, el periodista de Revista de Revistas capta la esencia del estilo que el artista había alcanzado: "Pintura superintelectual, donde sólo hay sugerencias y colores que se hacen musicales a fuerza de diluirse en el éter (…) Locuras matemáticas y geométricas".
Antes que pintor, Mérida quiso ser pianista, pero una sordera temprana se lo impidió. Su alma era de músico y ese rasgo lo vincula de nuevo con los grandes maestros de la abstracción, como Kandinsky y Klee; ese gusto emerge en su pintura, como en muchos de los títulos de sus cuadros. La música y la danza fueron lenguajes importantísimos para él, y en los años 30 tuvo un contacto particularmente cercano en su carácter de director de la Escuela de Danza de la Secretaría de Educación Pública.
Integración plástica
La abstracción para Carlos Mérida fue un interés precoz, el primer artículo que realiza lo dedica en 1920 al simultaneísmo de Robert Delaunay, una excentricidad para la época en México, aunque será a partir de 1940 cuando despliega su concepto y teoría de la abstracción que seguirá retocando y definiendo en el tiempo.
Para entender la aceptación de la abstracción del México de entonces cabe citar el recuerdo de Inés Amor cuando llegó el famoso comerciante de arte Karl Nierendorf en 1939 y trajo 250 obras magníficas de Klee, a nosotros nos resultaba imposible comprarlo por falta de fondos y a los que tenían dinero, la pintura de Klee les parecía tomadura de pelo. ¡Triste situación de ignorancia en México!
Ni siquiera el gran Rufino Tamayo, según la misma Inés Amor, lo conocía entonces. La Fundación Guggenheim, tras la muerte de Nierendorf, adquirió su importante colección que incluía 50 pinturas de Klee.
Nierendorf, según Inés Amor, "se entusiasmó de inmediato por Mérida, le comisionó la edición del Popol Vuh", además de que expuso dos veces en su galería de Nueva York.
La etapa muralística de Mérida se inició en 1948 con la llamada integración plástica, en el momento que el modernismo arquitectónico irrumpe en México. El artista trabaja en colaboración con arquitectos como Mario Pani y Enrique del Moral, un encuentro de perfecto equilibrio entre arquitectura y pintura, aportando una versión innovadora del muralismo donde la función social y pedagógica la transmuta en mera fruición estética, donde la pureza y el lirismo apuestan al goce emocional de las masas, tornándose más humana y universal
.
En la Navidad de 1984, las cenizas de Carlos Mérida fueron esparcidas al viento, como lo dispuso. Este acto radical amplificó el sentido de orfandad que dejó su ausencia en el arte de América, sólo aminorado por la fortaleza de su obra.
Maestro Mérida: fuego atizador, exorcista de la inercia, artista universal, ¡brindamos por su memoria eterna!
En el programa especial Carlos Mérida a 30 años de su fallecimiento, que el domingo a las 22 horas será transmitido por Tv UNAM, con producción de Guadalupe Alonso, participan Víctor Acuña, Armando Colina, Serge Fauchereau, Sylvia Navarrete, Louise Noelle, Alejandra Ortiz, Francisco Toledo, Rafael Tovar y de Teresa, Emiliano Valdés y Alejandra Yturbe.
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