C
uando me percaté del título de la exposición más nutrida entre las tres vigentes en el Museo Nacional de Arte, ¡Puro mexicano!, me sobrevino la idea de que la muestra concernía a los mexicanismos, tema concerniente más bien al siglo XX, muy traído y llevado de tiempo atrás. No es así.
El título alude a que todo lo que se ofrece a consideración en las remodeladas salas de la planta baja, donde se han presentado siempre las muestras temporales más importantes, es de hechura mexicana. Aparte, en un alto porcentaje, las piezas son de acervo, aunque las hay obtenidas en préstamo. Me percaté de mi error al darme cuenta de que la exposición está dividida en tres rubros: arte virreinal, con el que se inicia; arte del siglo XIX, que desde mi punto de vista ocupa el meollo mas nutrido, y arte del siglo XX.
No se trata de una disposición curatorial de historia del arte que traiga consigo una lectura conceptual determinada, ni de una innovación en cuanto a guión histórico, la novedad está en parte de lo que se ofrece a la vista y en ciertos detalles museográficos y de infraestructura. Se trata, por tanto, de dar visión a un entrecruce de obras relevantes y muy conocidas con otras que se han visto muy poco o incluso que jamás se han exhibido, al menos en el Munal. La idea corresponde al equipo actual del recinto, dirigido por Agustín Arteaga, y hasta donde puedo percatarme, la muestra lleva bastantes meses de preparación. Según me fue relatado y según dicta el sentido común, una vez pergeñada y aceptada la moción de ofrecer primordialmente obra de acervo, de acuerdo con los lineamientos vocacionales de ese museo, lo primero que se hizo fue reunir un equipo de personas adecuado para llevarla a cabo. La adecuación, a mi parecer, está referida a tres factores: paciencia y voluntad de consecución de realizar algo in situ, dentro del contingente de obras con las que cuenta en propio museo, fueran o no deslumbrantes, fueran o no de primera categoría, según los estándares que tienden a prevalecer. Eso redundó en la selección de varias obras de autor anónimo, a mi juicio, dadas sus peculiaridades no pocas estuvieron entre las mas interesantes de observar.
Esta selección se logró literalmente vaciando las bodegas del Munal, determinado las obras a elegir, dictamiandno restauros en aquellas que lo necesitaban, en aras de que complementara la selección de obras de la colección permanente que sí estaban museografiadas a partir de guiones anteriores.
Varias piezas ahora bien visibles dormían el sueño del justo embodegadas desde hace lustros. La usanza deformular continuamente exposiciones temporales, disminuye la posibilidad de cotejar y analizar el acervo propio, tarea no demasiado vistosa, que requiere más que de otra cosa, de tenacidad, tiempo invertido e incremento de la capacidad de análisis.
Como bien recordamos unos cuantos, la colección del Munal estuvo en sus inicios armada por tres rubros principales. El primero procede de la Pinacoteca Virreinal, y es el más nutrido; el segundo abarcó varias de las obras, en un buen procentaje del siglo XIX, que en otros tiempos se exhibieron en las pequeñas salas, ahora muy reacondicionadas, del segundo piso del Palacio de Bellas Artes, y el tercero procedía del acervo inicial del Museo de Arte Moderno.
Así, por ejemplo, Horacio Flores Sánchez, Jorge Alberto Manrique –por cierto primer director del Munal– y yo misma, recordamos perfectamente que la sala más amplia del Museo de Arte Moderno, ahora ocupada por la exposición alusiva al Arquitecto Ramírez Vásquez, en los tiempos en que se inauguró el MAM (1964) exhibía como obras de acervo las pinturas de José María Velasco-colección INBA. A estas se adherían otras más que desde hace tiempo son acervo Munal, v.gr. El coronelazo y Madre proletaria, de Siqueiros, o la famosísima y muy icónica tortillera de Diego Rivera que tuvo un largo soggiorno en Los Pinos, quedaron adscritas al Munal. De lo que me acuerdo es de que metafóricamente corrió sangre en aquel entonces. Al arquitecto Óscar Urrutia le tocaron las diatribas que desplazaron piezas antes asignadas al acervo MAM. Sin embargo, no pudo lograrse el propósito inicial. En su etapa inaugural: el Munal contaba con una selecta representación del arte antiguo de México, procedente en lo fundamental del museo de Antropología. Ese contingente regresó a sus respectivas dependencias; el acervo de la Pinacoteca se conservó en el nuevo museo, que fue enriqueciéndose mediante adquisiciones y no pocas donaciones. Por ejemplo, una de las piezas que museográficamente ahora ocupa un lugar preponderante en la muestra que me propongo comentar es el retrato de Adolfo Best Maugard, por Diego Rivera. Recuerdo la fecha en que se incorporó al Munal, durante la gestión de Manrique.También recuerdo la adquisición (en la que sesgadamente participé) del cuadro de Las azoteas, de Frida Kahlo, problemática debido a ciertas dudas, que se disiparon totalmente, sobre su autenticidad. Sucede que existía una copia fidedigna de la misma. Otro momento notable fue el de la incorporación del retrato de Salvador Novo titulado El taxi, pintura de indudable atractivo y novedad que conserva al correr de los años el encanto con el que fue exhibida por primera vez.
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