H
ay en la taberna El Caballo Blanco del West Village, Nueva York, un retrato tamaño natural de Dylan Thomas empuñando uno de esos tragos que lo condujeron a la tumba. Si te sitúas en la barra frente a la pintura (basada en una fotografía tomada allí en 1952), quedas como ante un espejo y podrías alzar el tarro y brindar con el poeta, que te mira fijamente con esa vivacidad juvenil que determina lo fuerte y lo débil de su obra y lo enviste con los dudosos prestigios de la autodestrucción. Desesperadamente alegre, tuvo clara conciencia escénica. Fue, igual que Brecht, uno de los primeros poetas mediáticos del siglo XX. Llevando su encanto hasta el límite de lo tolerable, prefigura las actitudes de beatniks y rockstars, frágil y sin miedo, ebrio de poesía (como quería Cardoza y Aragón), de su propia historia y de alcohol convencional.
Entre los centenarios modelo 1914
que subrayaron la peculiaridad de la generación nacida ese año determinante, el suyo aparece anacrónico junto a lo que conmemoramos en Huerta, Paz, Revueltas o Cortázar. Cuando éstos calentaban las alas para perfeccionarlas en los años 60, el galés ya se había dado el lujo de volar alto y desplomarse cual Ícaro en 1953. Tanto hace que ya se cumplieron también 60 de su muerte por imprudencia etílica a los 39 años, inmaduros como los 14 del muchacho que según todos los testimonios nunca creció.
En Thomas encontramos al poeta vital y entusiasta, como Joaquín Pasos, Miguel Hernández o Joan Salvat Papasseit, enamorado del amor y fiel a su juventud. Seamus Perry, especialista de Oxford, destaca que durante mucho tiempo volvió a sus cuadernos juveniles para redactar los poemas mayores. Intoxicado de infancia
, basó su mito en esa especie de mocedad permanente que analistas y feministas posteriores etiquetaron como complejo de Peter Pan
. Nacido el 27 de octubre de 1914 en Swansea, escribirá a Henry Treece, su amigo y primer crítico en profundidad, autor prolífico que Perry llama apocalíptico
(London Review of Books, 20 de noviembre de 2014): Soy como una criatura en la oscuridad
.
Según Perry, su genio errático se basaba en esos momentos cuando convertía un sentido personal de irrealidad en versos carismáticos
. Tal charm lo hizo muy popular en Gran Bretaña antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, gracias a sus memorables transmisiones radiofónicas para la BBC. Alcanzó a salir en televisión un par de veces. Sus dramas radiofónicos
le dieron la mejor oportunidad de emplear su talento natural para la caracterización y el humor, y su maestría para significar el poder visual y evocador de las palabras
, escribió Aneirin Talfan Davies, su paisano y productor, al recopilar los programas iniciales en De pronto al amanecer (La Fontana Literaria, Madrid, 1977). Su texto más popular, Bajo el bosque de leche (1953) culminaría ese drama in radio. Al apuntar a las zonas cardinales de su obra, Perry opina que Thomas es famoso por las razones equivocadas, y entre las previsibles ediciones conmemorativas privilegia la nueva Poesía reunida, preparada por John Goodby (The Collected Poems of Dylan Thomas: The New Centenary Edition, Weidenfeld, 2014), que duplica en páginas los Collected Poems que el propio Thomas preparó un año antes de su muerte.
Además de estupendo cuentista a la Joyce, amó el cine y fue malogrado guionista. Pero el cine no lo olvidaría. A partir de 1954 Richard Burton encarna la voz de Thomas en sucesivas transmisiones de Bajo el bosque de leche en la BBC, y protagoniza con Elizabeth Taylor y Peter O'Toole la versión cinematográfica (Andrew Sinclair, 1972). Interestelar, la hiperficción galáctica de Christopher Nolan (2014), blockbuster que coincide con el centenario, nos transporta en voz de Michael Caine a la quinta dimensión con Do not go gentle into that good night, poema canónico de Thomas que incita a la rabia contra la muerte de la luz
(John Cale lo musicalizó en Words for the Dying, 1989). En el límite del amor (John Maybury, 2008) se encarga de fantasear un presunto trío entre Thomas, su amiga de juventud Vera Phillips y su esposa Caitlin MacNamara durante la guerra, con un guión hecho a la medida para Keira Knigtley por su madre Sharman MacDonald. La actriz representa a Vera, la musa, el salvoconducto al pasado perdido; el filme se basa en las memorias del hijo de Dylan y de la hija de Vera, pero al menos David Thomas tomó pública distancia del resultado.
La impronta de Dylan Thomas no es poca en nuestras letras. Lo tradujeron brillantemente Ramón Xirau, Tomás Segovia, Marco Antonio Montes de Oca y, más acá, con lealtad ejemplar, José Luis Rivas. El encanto reside en sus palabras deslumbrantes, despeinadas por la gracia: La vela por los muslos/calienta juventud y semilla y quema la semilla de la edad;/donde la semilla no se agita/el fruto de los hombres se despliega en los astros,/brillante como un higo;/donde no hay cera la vela enseña sus cabellos
(Xirau).
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