E
ntre los personajes de la vida pública francesa del siglo XX destaca Gabrielle Bonheur Chanel. Su vida la han recreado en libros, obras de teatro, musicales y películas. La más reciente, dirigida por Jane Kounen, muestra la íntima relación que tuvo con el compositor Igor Stravinsky. En las anteriores se narran los pasajes más sobresalientes de su existencia, las privaciones que rodearon su niñez y adolescencia y cómo fue su ascenso social y empresarial hasta establecer, en 1910, el negocio que la hizo famosa.
Pero en la mayoría de esas biografías (excepto la de Hal Vaughan, periodista estadunidense y veterano de la Segunda Guerra Mundial) se ignora el lado oscuro de la diseñadora. Muy especialmente la simpatía y colaboración que tuvo con el régimen nazi, que ocupó Francia de 1940 a 1944. Esto, a pesar de que nunca fue secreto que se aprovechó de su fama para llevar una vida sin complicaciones en el elegante hotel Ritz, donde el comando alemán también estableció su centro de operaciones. Otras figuras del momento también supieron sacar ventaja: Jean Cocteau, Maurice Chevalier, Jean Gavin, Edith Piaf. En su defensa, alegaron que lo hicieron para salvar amigos del exterminio. Distinto, el caso del escritor Fernando Céline, abiertamente simpatizante de Hitler.
Pero a diferencia de todos ellos, Coco Chanel fue espía de los nazis. Westminster fue el alias que le asignó el oficial alemán Hans Gunter von Dinklage. La conoció en el Ritz y fue su maestro en dicho oficio, y su amante. Hizo tan bien su trabajo que recibió diversos favores, como rescatar de una cárcel militar a su sobrino y arrebatar a su socio, Pierre Wertheimer, la empresa Bourjois, que comercializaba Chanel Nº 5. La familia Wertheimer, de origen judío, salvó su vida al trasladarse oportunamente a Estados Unidos. Al concluir la guerra, Coco tuvo que devolver la empresa a sus legítimos propietarios.
La diseñadora apenas fue molestada por las autoridades que investigaron y condenaron a quienes colaboraron con Hitler. Su plumaje salió limpio gracias a sus contactos en el mundo de la política y los negocios. Pero tuvo que exiliarse en Suiza voluntariamente una década. A su regreso a París acrecentó su fortuna. Vivió en dos suites del Ritz hasta su muerte, en 1971, a los 83 años.
Recientemente, reporteros de la televisión francesa desenterraron el cadáver de Coco espía (la agente F-7124) y lo exhibieron en toda su descomposición. Esto, por los documentos inéditos del ministerio de defensa y otras dependencias del gobierno. El mito de la moda
fue la espía más elegante del mundo. Merece una película que cuente su desempeño en dicho oficio mientras miles de franceses eran enviados a los campos de exterminio o asesinados en París.
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