Arturo Jiménez
Periódico La Jornada
Domingo 16 de diciembre de 2012, p. 6
Hace cinco años, el fotógrafo Eduardo Vera Luna decidió dejar todo en la capital del país y se dedicó a recorrer los pueblos de México donde se tocara algún tipo de son. Fueron muchas satisfacciones y riesgos, sobre todo por la inseguridad que asedia al país, pero lo logró.
El resultado, un libro venturosamente plagado de fotografías y con sólo algunos textos breves de especialistas o trovadores, a veces tan breves como una décima: Maestros del son, apoyado por la Secretaría de Cultura del gobierno de San Luis Potosí, además de otras autoridades y personas.
Maestros del son se presentó el sábado 24 de noviembre en el Museo de Culturas Populares, en medio de un fandango de 15 a 20 horas, con grupos como Ensamble Amapa Prieta, el Trío Tordo Hidalguense y el conjunto de arpa grande El Lindero.
El 7 de diciembre se presentó en el Museo Mexican American Cultural Center, en Austin, Texas, donde además se inauguró una exposición con 22 fotos del libro. Y en 2013 lo llevará a Bolivia, al País Vasco y a otros lugares de Europa.
Cinco años de ir zapateado tras zapateado
Dos fueron sus acicates: hacer un homenaje más que decoroso a los viejos maestros del son y documentar lugares, fiestas, personajes, agrupaciones y otros músicos de esas comunidades de regiones culturales como el Sotavento, la Huasteca, la Sierra Gorda y la Tierra Caliente, que comprenden varios estados cada una, así como de zonas indígenas de Morelos, Chiapas, Michoacán, Guerrero y Jalisco.
Entre los muchos maestros figuran Leandro Corona Bedolla, Bernardo Arroyo, Octavio Reglado, Crisóforo Castillo, Zacarías Salmerón Daza, José Jiménez, Pedro Sauceda, Andrés Vega, Cástulo Benítez, Angel Tavira, Lupe Reyes y Cecilio Crisóstomo. Varios de ellos fallecidos en los últimos años.
Pensé que hacia falta un documento que honrara a los más ancianos maestros de nuestra música. Entonces, hace cinco años decidí dejar todo, cualquier posibilidad de chamba, y dedicarme a viajar por los pueblos.
–Parecería una tarea sin fin, dada la enorme cantidad de lugares y músicas.
–Sí, aunque no es una enciclopedia, es el viaje que hice y lo que me tocó. Porque aún de los mismos pueblos o de otros vecinos hay otros maestros. Pero esto es lo que pude hacer en cinco años. Fue un recorrido continuo, de ir rancho tras rancho, zapateado tras zapateado, fandango tras fandango.
El propósito fue hacer un viaje visual. No quería unos textos académicos, sino que fuera el lenguaje de lo que pasa en las fiestas y festividades, donde hay música, baile y versos. Los músicos tocan y cantan y el pueblo baila alrededor de ellos. Es toda una comunión.
–¿Qué significa todo eso para los pueblos?
–Son sus tradiciones, es la forma de continuar con su vida. Es parte de su identidad, de cómo perciben la existencia, porque se trata de bautizos, de crecer entre la familia, de conseguir novia, de casarse, de tener hijos, de ser abuelo.
Imagen contenida en el libro Maestros del son, que en 2013 será presentado en Bolivia y en ciudades europeas
Cuenta que las formas de vestir cambian, porque ahora las muchachas también bailan el zapateado con tacones muy altos. O salen con vestidos modernos o pantalones de mezclilla. Pero siguen bailando lo mismo.
Recuerda que la mayoría de esos pueblos han sido los más olvidados por encontrarse en lugares alejados de las ciudades o de las carreteras. Mi estimación es que por eso se han mantenido las tradiciones ahí.
–¿Cuáles son los mayores asedios a esas tradiciones, la globalización, la modernidad?
–La televisión, el Internet, las narcobandas, la narcomúsica y todo eso, que están desplazando a la música tradicional. Ahora muchas veces contratan en las fiestas alguna de las bandas comerciales estilo sinaloense, que las hay en todo el país.
Por ejemplo, aun las bandas purépechas tradicionales ya no tienen el mismo timbre, porque están agarrando un timbre de lo comercial sinaloense. Esto no tiene nada de malo dentro del contexto de Sinaloa, porque eso es su tradición, pero se ha impuesto tanto que afecta el estilo de otras bandas.
Destaca un problema curioso. Ahora a muchos músicos les da por brincar cuando están tocando. Y eso comienza a desplazar a los ancianos, es como decirles: no te queremos aquí porque no vas a ponerte a brincar, queremos puros jóvenes.
Otro asedio es la criminalidad. Ahora los muchachos, en vez de agarrar un instrumento, agarran armas y se exponen a que los maten a los dos años. Y eso es una tragedia para todo el país.
Vera Luna pondera: La tradición siempre ha sido cambiante y afectada desde afuera. Pero ahora está pasando a tal grado que también está destruyendo el tejido social, las tradiciones y el respeto
.
Su recorrido de cinco años tuvo riesgos. Cuenta como ejemplo que en Tamaulipas una comitiva de un festival huasteco tuvo que ser escoltada por fuerzas policiales. O que en algunas festividades sus guías y amigos músicos le pedían guardar la cámara ante la llegada de presuntos integrantes de la delincuencia organizada.
La tradición persiste a pesar de la falta de apoyo de las autoridades culturales. En los pueblos y las ciudades se gastan cantidades enormes para artistas comerciales. Pero a los artistas tradicionales les pagan poco y no son respetados. Es una manera de mantenerlos jodidos.
Aparte de haberles dejado a los músicos fotografías de ellos mismos, ahora Vera Luna regresa a los muchos lugares para entregarles ejemplares del libro, al que considera un trabajo de buena calidad y además artístico
.
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