D
e las arcas de la fuente/ ¡Ay llorona! Corre el agua y nace la flor./ Si preguntan quién canta ¡Ay llorona!/ le dices que un desertor que viene de/ en busca de ti
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La llorona ondula en el tiempo y vive sin localización, ni reposo eterno. Enloquece sin saber que es rastro antiguo de un objeto arcaico representando la soledad. Mujer que se tornaba ternura contenida, presente y ausente, que adquiría la categoría omnipotente al contemplarla y crear fantasías de amor, sólo fantasías, sin dejar de estar. Concreción única y singular en que todo parecía recreado intuitiva, naturalmente, sin que se percibiera la pintura delatadora de una posibilidad de elaboración de tantas muertes; hijos, guerras, hambre, etcétera. Cuadro vivo, vida misma, muerte al revés.
Esto no se debe escribir, pero ya estaba en el cuerpo. Su propio dolor, estricto lenguaje en que claramente se advertía elegancia y presencia de belleza, indicios de crueldad, ausencia de calor y llanto tembloroso.
Milagrosa nostalgia de escritura preverbal, genuinamente desinhibida, frescura prodigiosa, prosa sonora inconfundible, canto ranchero melancólico que ondulante, abraza el fuego, rescoldo de la carne, brasa que quema, y vibra. Si es fuego es luz, pero a su vez sombra, oscuridad, angustia, desesperación.
Brasa necesaria para mantener el fuego e impedir que el fuego se apague y es memoria ancestral, cuyo origen es el no origen. Rescoldo de pasión erótica. Necesaria fusión de cuerpos. Ilusión que eterniza mientras el ímpetu de la llama singulariza, hasta tocar, abrirse paso y casi traspasar las barreras de lo inconsciente, que limitan.
Singularidad que puede parecer frivolidad, aberración que desconcierta, mirada de misterio, extravío que busca en la memoria imágenes, sigue huellas que se difieren, curiosidad de hermosura lanzafuegos. Fuego de otras llamas interiores. Volcán desbordado.
Concepción que ilumina con claridad de sol por el dolor que transmite, sujeto al trágico vacío de la separación, que se transforma en deseo de amor. Carne que fue madre y lenguaje luz y sombras. La palabra no había nacido, la articulación ya no era grito, ni discurso. Dolor estremecedor que rasga el vientre como herida de siete cuchillos. Tránsito de lugar al espacio y al tiempo más allá de la realidad.
Mixtura inevitable de dos componentes, ligados por un cordón inseparable. Enorme matriz amarilla del páramo que contemplo resbalando hasta tus pies ¡Llorona! Posando la cabeza sobre el triángulo negro del regazo. Desamparo original.
Triángulo hundido en más huellas, que no tienen final y tornan el deseo insatisfecho, a pesar del calor y envuelven fantasías crueles e infinitas que impiden separarse. Consuelo en entrañas distendidas como arco de violín propensión de ternura. Sólo ilusión que ingenuamente queremos eliminar una y otra vez en repetición circular, en espera anhelada e imposible empatía. ¡Llorona!
Salías del templo un día llorona/ cuando al pasar yo te vi/ hermoso huipil de blonda llevabas/que la Virgen te creí
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José Cueli: Viernes de Dolores
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