C
ompleto mi texto de la semana pasada; aquí lo hago conociendo el riesgo que supone no sólo toda curaduría, sino toda escritura al respecto que se hace pública.
Las curadurías están siempre en la mesa de discusión de una serie nutrida de ámbitos que van de las aulas uiversitarias a los talleres de arte, a las tertulias de café propiciadas por artistas o a los ámbitos de exhibición.
La muestra Desafíos a la estabilidad cuenta con un libro oficial que se presenta hoy en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (Muac), con la presencia de la curadora en jefe, Rita Eder, acompañada por personajes tan actuales y celebrados como Manuel Felguérez y Juan Villoro. En términos generales esta exposición tiene buen consenso, hay otras que no lo consiguen en igual grado, sea o no que se vean favorecidas por un público numeroso. A eso añado: la muestra es una cuestión, el libro es otra.
Di a entender en mi texto anterior, que la muestra Milenio adquirió relieve en parte por la muy positiva relación entre la curadora y el director del Museo de El Carmen, con relevancia en el equipo de sus trabajadores que, asesorados, procuraron diálogo entre las piezas antiguas y las 34 participaciones contemporáneas, cosa pertinente con el propio Milenio
y con la índole de la muestra. Es esta sección contemporánea en la que quiero abundar. No veo muy clara la tónica o gusto
que guió la selección participante, aunque fue realizada a partir de entrevistas que la curadora de Milenio hizo a cada uno de los artistas en sus ámbitos de trabajo, a lo que se añadió la participación de otro grupo: el de los fotógrafos que captaron a los participantes. Quienes atendemos el género retrato, sea en fotografía o en otro medio, solemos prestar bastante atención a este rubro y hay fotografías que sin duda enriquecen el discurso.
Eso no sucede en igual medida con las obras contemporáneas seleccionadas y uno pudiera decir: ¿existen consensos al respecto entre los posibles espectadores? Según mi propia pesquisa no es ese el caso, antes al contrario, la serie de objeciones respecto de la selección es considerable. Igual lo sería si la selección o curaduría, o como quiera llamársele, hubiera sido realizada por cualquier otra persona, pero lo que cabe manifestar con el respeto debido, es que de esta curadora en lo particular, se esperaba selección mayormente radicalizada, a lo figurativo o neofigurativo del tipo de obras ya mencionadas en la pasada nota. Específicamente Arturo Rivera, Daniel Lezama, Benjamín Domínguez, Rocío Caballero, posiblemente Ignacio Salazar en su etapa más reciente. Participaciones como las de Manuel Felguérez y Gilberto Aceves Navarro se explicarían por la necesidad de incluir artistas de muy larga trayectoria y renombre. Otras participaciones, como la de Sergio Hernández se entenderían por la óptima acogida coleccionística de la que él disfruta debida a su status artístico que va más allá de lo oaxaqueño, es un artista de muy rico imaginario, cuya presencia aquí resulta inesperada, debido al contexto en el que se inscribe.
Es lo opuesto a lo que sucede con otro artista de primer nivel de una generación posterior: Daniel Lezama. Alguna otra presencia como la de Guillermo Arriola se explica por contiguidad milenaria y otras que pudieran venir al caso serían tal vez producto de nexos particulares de la autora, más que de la postura que ha manifestado en pro de la pintura con raigambre figurativa, sea que guarde o no toques realistas, hiperrealistas o fantásticos. Eso era lo que quizá no pocas personas hubieran esperado de su selección, percatarse de una modalidad en el concierto contamporáneo mexicano.
Aun si se repulsan estas modalidades, sin duda resultan acordes con la moción de entreverarlas con piezas realizadas centurias atrás aunque sean anónimas. Precisamente su anonimato, vecino en algunas de ellas a una producción vernácula es lo que les proporciona encanto especial. Destaco de nuevo la que consta de seis paneles que relatan, no linealmente, el génesis, desde la creación del mundo hasta las ofrendas de Caín y Abel; la primera, como es natural, conflictuada
y, la segunda, santificada
. También aquí hay desniveles. Esta obra resulta pertinente y atractiva, pero hay otras como un desangelado Arcángel Miguel de ingenua factura
, como expresó un experto, que no añade nada a la lectura de la zona en la que se encuentra. No sólo hay anónimos, también se exhibe un encantador Villalpando, amén de otras creaciones que llegan hasta principios del siglo XIX.
Terminaré con dos ejemplos de pinturas abstractas. Una, omito el nombre de su creadora, me pareció embadurnada, es decir, generada sin ton ni son sobre todo si se la contrasta con otra pieza abstracta ubicada en distinta área, realización no vistosa
y sí muy articulada incluso desde el ángulo técnico de José González Veytes. ¿Cómo mostrar las ocasiones en las que una pintura abstracta, se viene abajo?, solamente mediante comparaciones y un feeling específico, y ni aun así.
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