C
ada vez que sucede, el regreso a Tabasco es una fiesta. Desde que uno se acerca a sus linderos el cuerpo lo festeja. El agua va ocupando el lugar de la tierra y la superficie se convierte en un gigantesco espejo de la belleza del mundo. Aquí, el espejo de Alicia está bruñido en agua y preside todas las maravillas de estos universos. La naturaleza explota textualmente. La mirada puede descubrir los mil y un tonos del verde. Desde el gran árbol de samán traído para darle sombra al cacao hasta la coquetería de la mata de guayacán que una vez cada año alfombra con sus flores de oro los caminos, la mirada se embriaga de felicidad con framboyanes, tulipanes y gardenias. La ceiba, árbol sagrado, preside la ceremonia de hermosura de la naturaleza. Todo en Tabasco es reino vegetal.
Si uno llega en la tarde una tropa de pájaros nos sorprende en sus trinos. Aquí, en estos territorios en los que la sangre viaja con voz de clorofila
, su ciudad capital, San Juan Bautista de la Villahermosa –como la llamaban hasta hace apenas un siglo– celebró hace unos días los 450 años de haberse erigido a la ribera del río Grijalva.
En algunos de sus rasgos, Villahermosa parece seguir siendo esa ciudad a la que Manuel Pérez Merino le cantó con piano y voz a finales de los años treinta del siglo XX aquello de te vistió de fiesta la naturaleza
, y la que según Carlos Pellicer es un imperio junto al río.
Para acompañar esta celebración, llegó a esta ciudad verde la exposición Mayas, el lenguaje de la belleza. En el Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer Cámara nos esperan en majestad las 153 piezas que la componen y nos recuerdan que estamos ante una cultura antigua cuyo eco y herencia aún resuenan en las comunidades mayas de México en la actualidad. Es una cultura que hermana a los estados de Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Yucatán y Tabasco con las naciones de Belice, Guatemala, Honduras y El Salvador.
Es una región que comparte un patrimonio único, un portento civilizatorio que hoy nos sigue sorprendiendo en cada hallazgo arqueológico, en cada nueva investigación, en cada encuentro y diálogo con los pueblos mayas de hoy. Porque, para fortuna nuestra, después de un hiato de siglos, la cultura maya sigue viva en los más de 6.5 millones de niños, jóvenes, mujeres y hombres de Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Yucatán y Tabasco. Su cultura material, su cultura inmaterial y su cosmovisión son parte entrañable e invaluable del patrimonio cultural de México.
De ahí la trascendencia de Mayas, el lenguaje de la belleza, una de las más hermosas que sobre esta cultura se haya expuesto. Aquí está presente el arte que nos habla de la enorme riqueza patrimonial y de la belleza de la creación que los mayas nos heredaron: la que hoy estamos llamados a conocer, apreciar y proteger. En esta exposición, además, se celebran los hallazgos arqueológicos mayas más importantes de los años recientes en México. Hablo de descubrimientos que en nuestro país han sido fruto del talento y del trabajo –con orgullo lo digo– de los investigadores, conservadores y museógrafos del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ellos son el alma de nuestros museos y zonas arqueológicas. Su pasión y esfuerzo nos permiten mostrar a México y al mundo la grandeza de los mayas. Su tesón nos lleva a valorar nuestro patrimonio histórico y cultural, investigarlo, conservarlo y difundirlo para que sea conocido, apreciado, disfrutado y compartido con todos.
En esta exposición el lenguaje de piedra, el lenguaje de arcilla y el lenguaje de color de los mayas se tejen con maestría y, en un canto compuesto por manos de hace siglos, nos llega en su belleza sentada en la mecida/ que amarró la guirnalda de la orquídea
. Aquí, la magnífica representación del escriba de Mayapán "sostiene en carne viva la belleza/ de Dios. La tierra, el agua, el aire, el fuego,/… concentra las semillas esenciales/ el cielo de sorpresas".
Frente a los cuerpos de la divinidad, a los cuerpo revestidos y a los cuerpos como lienzos, aquí estamos ante la creación, ante el lenguaje de la belleza en todo su esplendor. La máscara de jade de Calakmul, la estela de Pomoná y la cabeza de tortuga de Oxkintok formada con maestría en teselas de concha rosa, son la representación, en sí mismas, de todo el universo simbólico de los mayas. Al estar frente a ellas, al mirarlas, uno puede entender que "la oda tropical a cuatro voces/ podrá llegar, palabra por palabra,/ a beber en mis labios,/ a amarrarse en mis brazos,/ a golpear en mi pecho…"
Para celebrar los 450 años de Villahermosa se vivió el 24 de junio como nos lo dice el cantar 15 de los Cantares de Dzitbalché: Pónganse sus bellas ropas;/ ha llegado el día de la alegría. Así es el gozo, el aliento por la vida y la belleza que proyectan las piezas de esta gran exposición. Mayas, el lenguaje de la belleza nos recuerda nuestro origen y la grandeza de las civilizaciones que nos antecedieron. Son las que hoy nos dan razón de ser. Son las que hoy nos hacen participar de la celebración cuando volvemos a leer a Carlos Pellicer quien nos enseña con sus versos que agua de Tabasco vengo/ y agua de Tabasco voy/ de agua hermosa es mi abolengo/ y es por eso que aquí estoy/ dichoso con lo que tengo
. Sí, Tabasco es una fiesta.
para Sarah, por su
cumpleaños tabasqueño
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